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https://doi.org/10.69639/arandu.v12i3.1343
La pandemia COVID-19 en el ámbito educativo y
psicoemocional de los jóvenes comunidad San Ignacio
The COVID-19 pandemic in the educational and psycho-emotional sphere of young
people San Ignacio community
María Cecilia Pico Andrade
mpico4335@utm.edu.ec
https://orcid.org/0009-0003-0387-9479
Universidad Técnica de Manabí
Ecuador - Portoviejo
Jhimmy Andrés Gutiérrez Santana
jhimmy.gutierrez@utm.edu.ec
http://orcid.org/0000-0003-2442-5815
Universidad Técnica de Manabí
Ecuador – Portoviejo
Artículo recibido: 18 junio 2025 - Aceptado para publicación: 28 julio 2025
Conflictos de intereses: Ninguno que declarar
RESUMEN
Este artículo se desarrolló con el objetivo de analizar la pandemia COVID-19 en el ámbito
educativo y psicoemocional de los jóvenes de la comunidad San Ignacio. Para esto, la
metodología consistió en un tipo de investigación descriptiva, con enfoque cuantitativo, de diseño
no experimental, donde aplicó la técnica de la encuesta sobre una muestra de 50 jóvenes de la
mencionada localidad. Los principales resultados evidenciaron que la mayoría de los participantes
presenta una baja percepción sobre el ámbito educativo, lo cual se relaciona con la falta de
motivación y las dificultades de adaptación al entorno virtual. Asimismo, se identificó un nivel
muy bajo de bienestar psicoemocional, caracterizado por sentimientos de ansiedad, aislamiento,
tristeza e inseguridad, provocados por el confinamiento, la incertidumbre y la escasa interacción
social durante la pandemia. Estos factores afectaron de forma directa la concentración, el
rendimiento académico y la estabilidad emocional de los jóvenes encuestados. Como conclusión
principal, se establece que la pandemia generó un impacto negativo en los procesos formativos y
en el equilibrio emocional de la juventud, por lo cual se vuelve indispensable fomentar redes de
apoyo y acciones coordinadas entre los diferentes actores sociales y educativos, a fin de garantizar
una atención integral frente a los efectos postpandemia.
Palabras clave: bienestar psicológico, COVID-19, educación a distancia, juventud, salud
mental

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ABSTRACT
This article was developed with the objective of analyzing the COVID-19 pandemic in the
educational and psycho-emotional spheres of young people in the San Ignacio community. For
this purpose, the methodology consisted of a descriptive type of research, with a quantitative
approach and a non-experimental design, in which the survey technique was applied to a sample
of 50 young people from the aforementioned locality. The main results showed that most
participants have a low perception of the educational environment, which is related to a lack of
motivation and difficulties adapting to the virtual setting. Likewise, a very low level of psycho-
emotional well-being was identified, characterized by feelings of anxiety, isolation, sadness, and
insecurity, caused by confinement, uncertainty, and limited social interaction during the
pandemic. These factors directly affected the concentration, academic performance, and
emotional stability of the surveyed youth. As the main conclusion, it is established that the
pandemic had a negative impact on the formative processes and emotional balance of young
people, making it essential to promote support networks and coordinated actions among different
social and educational actors, in order to ensure comprehensive care in response to post-pandemic
effects.
Keywords: Psychological well-being, COVID-19, distance education, youth, mental
health
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INTRODUCCIÓN
La COVID-19 fue identificada por primera vez en China, en diciembre de 2019, luego se
empezó a expandir rápidamente dentro del territorio Chino y posteriormente a otros territorios,
razón por la que el 30 de enero de 2020 la OMS (Organización Mundial de la Salud) la declara
una emergencia sanitaria, para ser declarada como una pandemia el 11 de marzo del mismo año
(Luna, 2020). De esta manera, los diferentes países en el mundo adoptaron medidas extremas para
tratar de controlar la rápida proliferación de esta enfermedad, entre las que se encuentran los
denominados, toque de queda con el consecuente aislamiento social (Sanz & Rodríguez, 2020).
Por su parte Lossio (2021) explica que la cuarentena se constituyó como una de las
medidas adoptadas, como intento de disminuir el riesgo al contagio, a través de la separación y
restricción de movimiento de las personas, con la finalidad de evitar que alguien que presente
síntomas pueda contagiar a alguien que no los tenga, así también se dispuso para proteger a las
personas que presentan mayor grado de vulnerabilidad al contagio.
No obstante, en palabras de Montero et al. (2020), estas medidas si bien buscaron
disminuir las probabilidades de contagio de la COVID-19, desencadenaron en la población,
trastornos psicológicos y psiquiátricos como el estrés postraumático, frustración, confusión,
ansiedad, depresión, trastornos de pánico y conducta, donde convergen factores agravantes como
separación de la familia, dolor, duelo, soledad, vergüenza, culpa, ira, miedo, xenofobia, histeria
colectiva, desinformación en las redes sociales, inseguridad financiera, la estigmatización y otros
problemas de salud mental.
En concordancia a lo expuesto, y por motivo de la rápida expansión del virus a nivel
mundial, las autoridades de todos los países implementaron medidas de prevención entre las que
se destacan, en primera instancia, el confinamiento, lo que obligó suspender todas las actividades
de la sociedad que no eran consideradas esenciales, disponiendo que se ejecuten las labores que
por su naturaleza así lo permitiera, en modalidad virtual, entre las que se encuentran las
enmarcadas en el ámbito educativo.
Según Carvacho et al. (2021), la interrupción de la escolarización afectó a casi 1.300
millones de estudiantes a nivel mundial, y en la región de América Latina y el Caribe esta cifra
correspondió a 159 millones, lo que representa más del 95% de los alumnos matriculados en la
región, con lo que la prolongación del cierre de las instituciones educativas retrasaron
significativamente el aprendizaje de este grupo poblacional y se vieron en mayor riesgo aquellos
que pertenecen a los grupos vulnerables. Además, Mercado & Otero (2022) explican que, el cierre
de las instituciones educativas también supuso la interrupción de otros servicios básicos
importantes que son suministrados en ellas, como salud, alimentación escolar, agua, saneamiento,
higiene, programas recreativos, actividades extracurriculares y apoyo psicosocial.

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En la esfera de la educación, el cierre masivo de las actividades presenciales de academias
en más de 190 países, con el objetivo de prevenir el contagio y la propagación del virus, fue una
medida que dejó fuertes problemas y vacíos en la comunidad educativa mundial (Mauris &
Domínguez, 2022). Esto sin contar que, en países en vías de desarrollo como Ecuador, de los 4,4
millones de estudiantes que cambiaron de modalidad de aprendizaje presencial a virtual a causa
de la pandemia, 90 mil pensaron en abandonar sus estudios (Santana et al., 2020).
En este contexto, de un día para otro, las salas, comedores, dormitorios e incluso patios
se convirtieron en entornos escolares improvisados. Esto llevó a un esfuerzo individual y
colectivo de docentes, estudiantes, y autoridades educativas para velar por la educación en el país,
donde la improvisación fue muy visible en todos los contextos (Inga et al., 2020). La organización
de las clases a distancia con una transición a un ambiente virtual en plataformas como Zoom,
Moodle, Microsoft Teams, etc., sin tomar las previsiones del caso, por ejemplo, que todos los
estudiantes y profesores tuvieran acceso a electricidad, internet y dispositivos electrónicos,
exacerbó las inequidades digitales existentes de prepandemia (Oñate & Cañas, 2020).
En este contexto, la cuarentena impuesta durante la pandemia generó en los estudiantes
una problemática psicosocial compleja, caracterizada por el aislamiento, la incertidumbre y la
ruptura de sus rutinas académicas y personales. La falta de interacción presencial afectó sus
habilidades comunicativas y su sentido de pertenencia institucional (Salazar et al., 2022). A esto
se sumaron elevados niveles de ansiedad, desmotivación y fatiga emocional derivados del
confinamiento prolongado. El encierro también provocó conflictos familiares, estrés académico
y dificultades para gestionar el tiempo. Estas condiciones alteraron su bienestar psicológico y su
rendimiento educativo. En conjunto, la situación debilitó su estabilidad emocional y su salud
mental (Romero et al., 2022).
Con base en la problemática planteada, el problema científico de este trabajo se expresa
con la interrogante ¿Cómo se manifestó la pandemia COVID-19 en el ámbito educativo y
psicoemocional de los jóvenes de la comunidad San Ignacio?. En este sentido, el objetivo general
de este articulo corresponde a analizar la pandemia COVID-19 en el ámbito educativo y
psicoemocional de los jóvenes de la comunidad San Ignacio. Consecuentemente, los objetivos
específicos consisten en describir los fundamentos teóricos sobre la pandemia COVID-19 en el
ámbito educativo y psicoemocional de la población juvenil; diagnosticar el ámbito educativo y
psicoemocional de los jóvenes de la comunidad San Ignacio en el contexto de la pandemia
COVID-19; e, identificar estrategias dirigidas al ámbito educativo y psicoemocional de los
jóvenes de la comunidad San Ignacio, en torno a la pandemia COVID-19.
Origen y evolución de la COVID-19
La COVID-19 es una enfermedad infecciosa causada por el virus SARS-CoV-2, un tipo
de coronavirus que emergió por primera vez en diciembre de 2019 en Wuhan, China. Su origen
ha sido vinculado a un mercado de mariscos y animales vivos, lo que generó sospechas sobre un

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posible salto zoonótico, es decir, la transmisión del virus desde animales a humanos. Este brote
inicial marcó el inicio de una crisis sanitaria sin precedentes en el siglo XXI. A inicios de 2020,
la rápida expansión del virus provocó un aumento alarmante de casos en múltiples países,
generando una preocupación mundial (Cobas et al., 2020).
La Organización Mundial de la Salud, tras monitorear el comportamiento del brote, lo
declaró emergencia de salud pública internacional el 30 de enero de ese año. Pocos meses después,
el 11 de marzo, lo calificó oficialmente como pandemia debido a su alcance global. A partir de
ese momento, la humanidad experimentó una acelerada propagación del virus, impulsada por los
desplazamientos internacionales. La evolución de la COVID-19 mostró una capacidad inusual
para mutar, dando lugar a distintas variantes que aumentaron su transmisibilidad y, en algunos
casos, su letalidad. Las variantes Alfa, Delta y posteriormente Ómicron, modificaron las
estrategias de contención implementadas por los gobiernos (Suárez & Villegas, 2020).
A nivel científico, esto implicó una carrera contrarreloj para desarrollar vacunas efectivas,
investigar terapias antivirales y mejorar los sistemas de diagnóstico. La pandemia también
evidenció la fragilidad de muchos sistemas de salud, especialmente en regiones con escasos
recursos. En el transcurso de su evolución, la COVID-19 no solo afectó la salud física, sino
también los ámbitos emocional, económico y educativo de la sociedad. El confinamiento
obligatorio, las restricciones laborales, el cierre de escuelas y la interrupción de la vida cotidiana
generaron efectos colaterales que aún persisten. Este escenario obligó a reconfigurar las dinámicas
de interacción social y a replantear políticas públicas en salud, educación y bienestar colectivo
(Villagrán et al., 2020).
Con la declaración de la pandemia, los países adoptaron diversas medidas sanitarias para
contener el virus. Las acciones más comunes incluyeron el confinamiento obligatorio, la
restricción de movilidad y el cierre de fronteras. Estas medidas buscaban reducir la exposición
masiva al virus y controlar su avance. Aunque necesarias, alteraron profundamente la vida
cotidiana. Su impacto fue más severo en poblaciones vulnerables. El uso obligatorio de
mascarillas fue una de las primeras respuestas sanitarias. Su implementación masiva ayudó a
reducir el contagio por vía aérea. Esta práctica se complementó con el lavado frecuente de manos
y el uso de alcohol gel. Las campañas de prevención reforzaron estas acciones en medios
tradicionales y digitales (Campillay et al., 2021).
Otra medida clave fue el distanciamiento social en espacios públicos y privados. Se
cerraron escuelas, oficinas, templos y centros recreativos para evitar aglomeraciones. Esta acción,
aunque efectiva, provocó aislamiento y afectó la salud mental de muchas personas. También
generó interrupciones en los servicios educativos y laborales. La virtualidad surgió como una
respuesta temporal y desigual (López & Robles, 2021). Por otra parte, la vigilancia
epidemiológica se fortaleció mediante el rastreo de contactos y pruebas diagnósticas. Se
establecieron protocolos para identificar casos sospechosos y aislar a los positivos. A esto se sumó

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la creación de hospitales temporales y zonas de atención exclusiva. Estas estrategias ayudaron a
reducir la presión sobre los sistemas de salud (Sedano et al., 2020).
Impacto del confinamiento en la rutina cotidiana
El confinamiento obligatorio decretado en numerosos países durante la pandemia de
COVID-19 alteró radicalmente las rutinas diarias de millones de personas. La interrupción de
actividades laborales, educativas, sociales y recreativas modificó los horarios, hábitos y
estructuras familiares. Muchas personas debieron adaptarse al trabajo remoto y al estudio en casa
sin condiciones adecuadas. Esta situación generó desorganización, estrés y sensación de encierro.
El hogar se convirtió en el único escenario para todas las actividades. Los límites entre vida
personal, académica y laboral se desdibujaron con la permanencia constante en el mismo espacio
físico. Esta fusión de ambientes causó dificultades para mantener la concentración y los niveles
de productividad (Actis et al., 2021).
Las personas experimentaron fatiga, desmotivación y alteraciones del sueño debido a la
falta de separación entre tiempos de descanso y de actividad. En familias con niños o adultos
mayores, la carga de cuidado también se incrementó. Esta sobrecarga impactó en el bienestar
físico y mental. Además, el aislamiento físico generó un distanciamiento social que impactó las
relaciones interpersonales. La falta de contacto con amistades, compañeros de trabajo o redes
comunitarias debilitó el soporte emocional habitual. Esto fue especialmente crítico para personas
que vivían solas o en condiciones de vulnerabilidad psicosocial. Las rutinas sociales, antes dadas
por sentadas, se vieron interrumpidas, generando sentimientos de soledad, ansiedad y
desconexión con el entorno (Aguilar et al., 2021).
El aislamiento social impuesto durante la pandemia interrumpió abruptamente los
espacios de interacción habituales de los jóvenes. Las escuelas, universidades, actividades
extracurriculares y lugares de encuentro fueron cerrados por tiempo indefinido. Esto redujo
drásticamente la vida social presencial, afectando los vínculos de amistad y pertenencia grupal.
La interacción digital se convirtió en el principal medio de contacto. Sin embargo, no logró suplir
del todo las experiencias reales. En la juventud, el desarrollo social y emocional depende en gran
parte de la conexión con iguales. La ausencia de contacto físico limitó el fortalecimiento de
habilidades interpersonales, como la empatía, el trabajo en equipo o la comunicación asertiva
(Gutiérrez & Negrín, 2022).
Muchos jóvenes experimentaron una sensación de desconexión, soledad y pérdida de
sentido. La falta de experiencias compartidas debilitó el tejido social que antes los sostenía. Esto
generó consecuencias emocionales de mediano y largo plazo. Además, el aislamiento interrumpió
ritos y procesos clave en la transición a la adultez, como graduaciones, celebraciones y actividades
colectivas. Esta suspensión afectó la percepción de logro y continuidad en los proyectos de vida.
El encierro también redujo la autonomía personal y aumentó la dependencia del entorno familiar.

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La sobreexposición al ámbito digital generó fatiga social y afectó la salud mental. Las redes
sociales, en lugar de ser un alivio, en muchos casos reforzaron la ansiedad (Ballena et al., 2021).
Ahora bien, la llegada de la pandemia obligó a una rápida adaptación del sistema
educativo hacia la virtualidad, sin contar con la infraestructura ni la capacitación previa necesaria.
Las instituciones educativas cerraron sus puertas físicas y migraron, de forma improvisada, a
plataformas digitales. Esta transición evidenció profundas brechas tecnológicas entre estudiantes
y docentes. No todos contaban con acceso a internet, computadoras o un entorno adecuado para
el estudio. La educación pasó de ser presencial a digital en cuestión de días. Los docentes
enfrentaron el reto de rediseñar metodologías y materiales en un formato desconocido para
muchos. La formación en tecnologías educativas era escasa o inexistente, lo que generó
dificultades en la planificación, evaluación y acompañamiento pedagógico (Palacios et al., 2020).
A pesar de los esfuerzos, en muchos casos, las clases virtuales se limitaron a exposiciones
sin participación activa. Esto afectó la calidad del aprendizaje y generó desmotivación en los
estudiantes. La improvisación fue una constante durante los primeros meses. Los alumnos,
especialmente en zonas rurales o de bajos recursos, enfrentaron mayores obstáculos para
conectarse y mantenerse activos en sus procesos educativos. El abandono escolar aumentó, junto
con los niveles de estrés, ansiedad y sobrecarga académica. La falta de interacción presencial
también perjudicó el desarrollo social y emocional. Aunque la virtualidad ofrecía cierta
continuidad académica, no lograba reemplazar el contacto humano. La desigualdad educativa se
amplificó en el contexto digital (Bonilla, 2020).
Ansiedad y estrés por el entorno académico, cambios en los hábitos de estudio y
concentración
Durante la pandemia, los estudiantes enfrentaron una transformación radical del proceso
educativo que elevó sus niveles de tensión. La falta de interacción cara a cara, la dificultad para
entender contenidos sin apoyo inmediato y la sobrecarga de trabajo virtual fueron detonantes
comunes de estrés. Además, la incertidumbre sobre el futuro académico y profesional incrementó
la sensación de inseguridad. Esta combinación de factores derivó en cuadros de agotamiento
emocional, insomnio, irritabilidad y desmotivación. El contexto académico dejó de ser un espacio
de crecimiento para convertirse, en muchos casos, en una fuente de malestar. Donde cabe señalar
que, la ansiedad y el estrés no afectan solo el bienestar psicológico, sino también el rendimiento
cognitivo (Ribot et al., 2020).
Los estudiantes con altos niveles de ansiedad tienden a evitar situaciones evaluativas o a
presentar bloqueos mentales durante las pruebas. Asimismo, la presión constante debilita la
memoria, reduce la capacidad de análisis y deteriora el pensamiento creativo. En este sentido, la
pandemia provocó alteraciones drásticas en las rutinas educativas, generando transformaciones
evidentes en los hábitos de estudio. El paso repentino a la educación virtual obligó a los
estudiantes a adaptar sus métodos de aprendizaje sin una preparación previa. Muchos dejaron de

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seguir horarios estructurados, sustituyéndolos por rutinas desorganizadas e intermitentes. Esta
falta de regularidad debilitó la disciplina académica. Como consecuencia, la eficiencia en el
estudio disminuyó considerablemente (Ávalos & Trujillo, 2021).
El entorno del hogar, convertido en espacio de estudio, no siempre ofrecía las condiciones
óptimas para la concentración. Factores como el ruido, la convivencia familiar y la falta de
mobiliario adecuado interfirieron en los procesos de atención. A esto se sumaron las distracciones
propias del uso constante de dispositivos electrónicos. El acceso simultáneo a redes sociales,
videojuegos o contenido no académico debilitó el enfoque. La multitarea se volvió una práctica
común, aunque ineficaz. En paralelo, el agotamiento mental derivado de la sobreexposición a
pantallas impactó negativamente en los niveles de concentración. El tiempo prolongado frente al
computador redujo la capacidad de retener información y aumentó la fatiga cognitiva (Luque et
al., 2022).
Los estudiantes reportaron dificultades para mantener la atención en clases extensas y
poco dinámicas. Sin contacto humano directo ni interacción significativa, el aprendizaje se volvió
más mecánico. El esfuerzo por concentrarse exigía una carga emocional adicional. Para mitigar
estos efectos, muchos estudiantes comenzaron a desarrollar nuevas estrategias de estudio, como
pausas activas, técnicas de organización del tiempo y uso de aplicaciones de planificación. Sin
embargo, el éxito de estas prácticas dependió de la autonomía y apoyo que cada estudiante tenía.
La transformación de los hábitos de estudio no fue homogénea, y profundizó desigualdades entre
quienes contaban con recursos y quienes no (Chávez, 2021).
En concordancia a lo anterior, el confinamiento tuvo un impacto directo en el rendimiento
académico de los adultos jóvenes. Este grupo etario, generalmente activo y en formación
universitaria o técnica, se vio obligado a modificar drásticamente su dinámica de estudio. La
educación virtual se implementó de manera urgente, sin suficiente preparación institucional ni
personal. Esta transición afectó la calidad del aprendizaje, debido a que el entorno domiciliario
no siempre ofrecía condiciones adecuadas para estudiar. Donde la falta de interacción social y
académica también influyó en la disminución del rendimiento, dado que la ausencia de espacios
colaborativos redujo la motivación y el intercambio de ideas, claves en el proceso formativo
(Bravo et al., 2021).
A ello se sumó la sobrecarga de tareas en plataformas digitales y la escasa
retroalimentación efectiva. Estas condiciones generaron desmotivación, desorganización y
frustración. El aislamiento social debilitó el vínculo con el proceso educativo, generando consigo
elevados niveles de ansiedad, estrés y fatiga emocional, los cuales repercutieron en la
concentración y la memoria. Muchos adultos jóvenes enfrentaron responsabilidades familiares,
laborales y académicas de forma simultánea. Esta sobrecarga afectó la continuidad y la
profundidad de los aprendizajes. Las dificultades para adaptarse al ritmo virtual se reflejaron en

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un bajo rendimiento, donde además, la salud mental se volvió un factor determinante (La Serna
et al., 2023).
Las evidencias científicas, muestran que el rendimiento académico en confinamiento no
dependió solo del acceso tecnológico, sino también del soporte emocional y la capacidad de
autorregulación. Los estudiantes con recursos, acompañamiento institucional y estrategias de
estudio mostraron mejores resultados. En cambio, quienes enfrentaron aislamiento emocional o
problemas económicos tuvieron mayores dificultades. Así, el confinamiento no solo interrumpió
la educación presencial, sino que acentuó desigualdades preexistentes que afectaron el desempeño
académico (Chanca & Baltazar, 2022).
Impacto del contexto pandémico en la salud emocional de estudiantes universitarios
El bienestar emocional en los jóvenes adultos constituye un aspecto clave del desarrollo
integral, ya que en esta etapa se consolidan la identidad, la autonomía y los proyectos personales.
Este grupo etario enfrenta presiones académicas, económicas y sociales que influyen directamente
en su estabilidad emocional. La capacidad de gestionar emociones, mantener relaciones
saludables y tomar decisiones acertadas se vuelve esencial. Un estado emocional equilibrado
permite enfrentar retos con mayor resiliencia (Ocampo & Correa, 2023).
Durante la pandemia, las condiciones impuestas alteraron significativamente el bienestar
emocional de esta población. El aislamiento social, la interrupción de proyectos de vida y la
inestabilidad económica incrementaron los niveles de ansiedad, tristeza e irritabilidad. La pérdida
de rutinas y la sobrecarga digital generaron una sensación de desconexión y vacío emocional.
Muchos jóvenes se enfrentaron a duelos no resueltos, temor al futuro y soledad prolongada. Todo
esto afectó la percepción de control y autoestima, donde es importante resaltar que, el bienestar
emocional no es solo la ausencia de malestar psicológico, sino la presencia de emociones
positivas, propósito vital y relaciones satisfactorias (Narváez et al., 2021).
En este sentido, factores como el apoyo social, el sentido de comunidad y el acceso a
espacios de contención emocional juegan un papel fundamental. La salud mental requiere un
enfoque preventivo, con estrategias que fomenten la autorregulación, la expresión emocional y el
autocuidado. Ignorar estas dimensiones pone en riesgo el desarrollo psicosocial del joven adulto,
dado que la promoción del bienestar emocional en contextos de crisis exige la articulación de
recursos educativos, institucionales y comunitarios. Espacios de escucha activa, acompañamiento
psicológico y formación en habilidades emocionales pueden marcar una diferencia significativa.
Además, es necesario comprender las particularidades culturales y socioeconómicas que
condicionan las respuestas emocionales, para diseñar intervenciones eficaces y sostenibles,
considerando el bienestar emocional como un derecho y una prioridad social (Ruiz et al., 2020).
Otro aspecto a considerar, es que los patrones de sueño de muchos adultos jóvenes
sufrieron cambios drásticos. El encierro prolongado, la falta de exposición a la luz natural y la
alteración de rutinas contribuyeron a un desfase del estilo de vida. Irregularidades en los horarios

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de descanso, el uso excesivo de pantallas y la ansiedad constante interfirieron con la calidad del
sueño. Esto desencadenó trastornos como insomnio, despertares frecuentes o hipersomnia, de este
modo, el sueño dejó de ser reparador, afectando funciones esenciales del organismo. A este
respecto, dormir mal no solo reduce el rendimiento cognitivo, sino que también debilita la
capacidad de regular emociones, incrementando el riesgo de depresión y ansiedad. En adultos
jóvenes, cuya maduración emocional aún está en desarrollo, esta afectación es más significativa
(Cobo et al., 2020).
El descanso inadecuado intensifica la irritabilidad, además, la fatiga diurna, dificultad la
gestión del estrés. De este modo, se configura un ciclo donde el deterioro del sueño y el malestar
emocional se retroalimentan. Además, la imposibilidad de separar los espacios de descanso del
entorno académico o laboral contribuyó a que el cerebro no asociara el dormitorio con relajación.
Las exigencias virtuales, la incertidumbre y la sobrecarga digital mantuvieron al sistema nervioso
en estado de alerta. Muchos jóvenes reportaron una sensación constante de cansancio, incluso tras
dormir largas horas. Esta fatiga mental afectó la motivación, la concentración y las relaciones
interpersonales. El sueño dejó de ser una fuente de equilibrio psíquico (Gaeta et al., 2022).
Por lo anterior expuesto, el contexto pandémico representó una ruptura abrupta en las
dinámicas formativas de los estudiantes universitarios, afectando directamente su salud
emocional. El cierre de universidades, la transición forzada a la virtualidad y la incertidumbre
académica generaron escenarios de alta tensión psicológica. El miedo al contagio, la preocupación
por la estabilidad económica familiar y la interrupción de vínculos sociales intensificaron los
niveles de estrés. Estas condiciones modificaron el equilibrio emocional característico de esta
etapa de vida, donde la ansiedad emergió como una respuesta común frente a la pérdida de control
sobre el entorno y el futuro académico (Espinosa et al., 2020).
La sobreexposición a pantallas, la exigencia académica sin adaptación pedagógica
adecuada y el aislamiento prolongado fueron factores que agudizaron el malestar emocional,
donde el estudiante quedó expuesto a una sobrecarga emocional sin acompañamiento institucional
suficiente. De este modo, la pandemia también tuvo efectos significativos en la percepción de
autoeficacia académica y en la motivación intrínseca de los estudiantes. La disminución de la
interacción directa con docentes y compañeros afectó la construcción de sentido en el proceso
educativo. La fragmentación de la rutina diaria y la sensación de desconexión redujeron el
compromiso académico. Esta desarticulación entre metas, esfuerzo y resultados impactó en el
autoconcepto académico, por lo que, la salud emocional se vio comprometida por la constante
presión sin espacios de validación ni reconocimiento (Leitón et al., 2022).
Desde la perspectiva psicosocial, la salud emocional de los estudiantes universitarios se
vio desestabilizada por la ausencia de soporte relacional y la alteración de los marcos normativos
habituales. La universidad, como espacio de desarrollo personal, identitario y profesional, se
transformó en un escenario incierto. La experiencia formativa quedó condicionada por la tensión

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emocional y el deterioro de las redes de apoyo. En consecuencia, la pandemia no solo afectó el
aprendizaje, sino también el bienestar subjetivo y la estabilidad emocional de toda una generación
universitaria (López et al., 2022).
MATERIALES Y MÉTODOS
La investigación fue de tipo descriptivo, ya que busca caracterizar los efectos de la
pandemia en los ámbitos, educativo y psicoemocional sin manipular las variables. Permitió
identificar y explicar los cambios percibidos por los adultos jóvenes de la comunidad San Ignacio,
localizada en la parroquia Colón del cantón Portoviejo, provincia de Manabí. La finalidad fue
observar y registrar los fenómenos tal como se presentan en la realidad. No se pretendió establecer
causalidades, sino comprender las manifestaciones observadas. Este tipo de estudio aporta
claridad sobre fenómenos sociales concretos.
Se empleó un enfoque cuantitativo, debido a que se recopilaron y analizaron datos
numéricos con el fin de establecer patrones y relaciones. A través de este enfoque, se pudo medir
con precisión la percepción de los participantes frente a los efectos de la pandemia. La
información fue procesada estadísticamente para garantizar la objetividad y replicabilidad de los
resultados., facilitando así el análisis riguroso de las variables implicadas.
El diseño de la investigación fue no experimental, ya que no se manipularon
intencionadamente las variables que componen el tema de estudio. Se observaron los fenómenos
en su contexto natural, sin intervención directa de la investigadora. La investigación se clasificó
como cohorte transversal, dado que la información se recolectó en un solo momento temporal.
Esto permitió captar datos precisos de las condiciones actuales de la población analizada. Así se
obtuvo una visión clara y puntual del fenómeno.
La técnica utilizada fue la encuesta, aplicada mediante dos instrumentos: el primero
consistió en el cuestionario PAVDO-C elaborado y validado por Del Carpio et al. (2020),
posteriormente adaptado y validado por Del Carpio et al. (2021), consta de 20 ítems, para los que
se utiliza una escala de Likert que va desde: 1 = Muy en desacuerdo; 2 = En desacuerdo; 3 = Ni
en desacuerdo, ni de acuerdo; 4 = De acuerdo; y, 5 = Muy de acuerdo. La interpretación de los
resultados totales se representa en: 20 – 49 puntos = Baja percepción (El estudiante tiene una
experiencia negativa, limitada o poco satisfactoria del aprendizaje virtual); 50 – 74 puntos =
Percepción media (La experiencia es aceptable pero con áreas de mejora en calidad, apoyo
docente o herramientas); y, 75 – 100 puntos = Alta percepción (El estudiante considera que el
entorno virtual es efectivo, satisfactorio y provechoso).
Dentro de la misma técnica (encuesta), paralelamente a lo anterior, se aplicó como
instrumento, la Escala de Bienestar Psicológico, validado por Díaz et al. (2006) y Pérez (2017),
para medir el estado psicoemocional. Consta de 30 ítems, donde se emplea una escala de tipo
Likert, que va desde 1 = Totalmente en desacuerdo, hasta 6 = Totalmente de acuerdo. En este

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sentido, la calificación total del instrumento, se interpreta: 30 puntos = Muy bajo; 31 – 39 = Bajo;
40 – 60 = Promedio; 61 – 70 = Alto; y, 71 – 180 = Muy alto.
Además de lo anterior, la investigadora diseñó un cuestionario direccionado a conocer el
perfil sociodemográfico de los participantes del estudio, el cual consta de 5 ítems, que se refieren
a la edad, el sexo biológico, el estado civil, la carrera universitaria en la que se encuentran
matriculados, y el semestre que están cursando. Los tres documentos fueron aplicados
individualmente a cada sujeto de estudio, respetando el anonimato y la ética investigativa.
La población está conformada por personas jóvenes de la comunidad, mismas que
ascienden a 151 individuos, de los cuales se seleccionaron 50 sujetos, estimándose esta cifra como
una muestra representativa del universo, donde se empleó el tipo de muestreo no probabilístico,
intencional por conveniencia, con lo que se garantizó la inclusión de diversos perfiles, asegurando
la validez de los datos recopilados.
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
En esta sección se muestran los resultados obtenidos mediante la aplicación de la técnica
de la encuesta a los jóvenes residentes de la comunidad San Ignacio de Colón, cantón Portoviejo,
provincia de Manabí.
Tabla 1
Relación entre las variables, edad, percepción del ámbito educativo (PAVDO-C), y bienestar
psicoemocional (Escala de Bienestar Psicológico)
PAVDO-C Escala de Bienestar Psicológico Total
Bp Pm Ap Mb B P A Ma
Edad 18-20 años 18.00% 6.00% 2.00% 12.00% 8.00% 6.00% 0.00% 0.00% 26.00%
21-23 años 12.00% 8.00% 4.00% 10.00% 6.00% 2.00% 6.00% 0.00% 24.00%
24-26 años 14.00% 10.00% 0.00% 8.00% 6.00% 10.00% 0.00% 0.00% 24.00%
27-29 años 8.00% 10.00% 8.00% 6.00% 6.00% 12.00% 2.00% 0.00% 26.00%
Totales 52.00% 34.00% 14.00% 36.00% 26.00% 30.00% 8.00% 0.00% 100.00%
Nota. Se muestran los resultados de los instrumentos PAVDO-C (Bp = Baja percepción; Pm = Percepción
media; y, Ap = Alta percepción) y Escala de Bienestar Psicológico (Mb = Muy bajo; B = Bajo; P =
Promedio; A = Alto; y, Ma = Muy alto), relacionados con la variable edad, de los jóvenes residentes de la
comunidad San Ignacio de Colón.
De acuerdo con la información expuesta en la tabla 1, se identifica que el 52.00% de los
jóvenes califica con una baja percepción el ámbito educativo durante la pandemia por COVID-
19, es decir que tuvieron una experiencia negativa, limitada y poco satisfactoria con respecto a la
educación virtual; de estos, el 18.00% se ubica en el rango de edad de 18-20 años. Con relación
al ámbito psicoemocional el 36.00% se sitúa en la categoría de muy baja, de los cuales, el 12.00%
se encuentra en un rango de edad de 18-20 años.
Los resultados expuestos, guardan relación con el estudio realizado por Bonilla (2020)
quien afirma que el 60.00% de estudiantes evaluados manifestó dificultades para adaptarse a los

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entornos virtuales de aprendizaje, donde el 33.00% se encontraba en un rango de edad de 18-22
años. En cuanto al bienestar psicológico, se tiene similitud con la investigación de Chávez (2021),
quien pone de manifiesto que el 42.00% de los sujetos analizados se ubicó en la escala de muy
bajo, de los cuales el 16.00% se situó en un rango de edad de 18-21 años.
Los resultados reflejan que la mayoría de los jóvenes presentó una percepción
desfavorable del ámbito educativo durante el confinamiento, evidenciando experiencias
insatisfactorias en el proceso de aprendizaje virtual. Esta situación sugiere la existencia de
barreras significativas en la adaptación a nuevas metodologías, recursos y dinámicas académicas
impuestas por la contingencia sanitaria. En el plano psicoemocional, se observa también una
tendencia marcada hacia el deterioro del bienestar mental, particularmente en los jóvenes de
menor edad, lo que apunta a una mayor vulnerabilidad en esta etapa del desarrollo. La
combinación de desafíos académicos y emocionales indica un impacto profundo y persistente en
la experiencia estudiantil. Este panorama revela cómo el contexto pandémico afectó integralmente
el funcionamiento personal y académico de la mayoría de los jóvenes.
Tabla 2
Relación entre las variables, sexo, percepción del ámbito educativo (PAVDO-C), y bienestar
psicoemocional (Escala de Bienestar Psicológico)
PAVDO-C Escala de Bienestar Psicológico Total
Bp Pm Ap Mb B P A Ma
Sexo Masculino 22.00% 16.00% 10.00% 16.00% 12.00% 16.00% 4.00% 0.00% 48.00%
Femenino 30.00% 18.00% 4.00% 20.00% 14.00% 14.00% 4.00% 0.00% 52.00%
Totales 52.00% 34.00% 14.00% 36.00% 26.00% 30.00% 8.00% 0.00% 100.00%
Nota. Se muestran los resultados de los instrumentos PAVDO-C (Bp = Baja percepción; Pm = Percepción media; y,
Ap = Alta percepción) y Escala de Bienestar Psicológico (Mb = Muy bajo; B = Bajo; P = Promedio; A = Alto; y, Ma
= Muy alto), relacionados con la variable sexo, de los jóvenes residentes de la comunidad San Ignacio de Colón.
Según los datos expuestos en la tabla 2, se evidencia que del 52.00% de los jóvenes que
tienen una baja percepción sobre el ámbito educativo, el 30.00% es de sexo femenino mientras
que el 22.00% corresponde al masculino. Por otra parte, del 36.00% se posee un muy bajo
bienestar psicoemocional, el 20.00% son del género femenino, y el 16.00% pertenece al
masculino.
Estos resultados difieren brevemente con el estudio de La Serna et al. (2023), quien muestra
que el 48.00 % de los estudiantes tienen una percepción media sobre la enseñanza virtual, de los
cuales el 27.00% corresponden al sexo masculino. En torno al bienestar psicoemocional, se
coincide con el trabajo de Ruiz et al. (2020), donde se identifica que el 45.00% de los
universitarios durante la pandemia manifestaron un nivel muy bajo del mencionado bienestar, de
los cuales, el 29.00% es del sexo femenino.
Los resultados indican que las mujeres jóvenes presentan en mayor medida una percepción
negativa del ámbito educativo experimentado durante la pandemia, lo cual sugiere una mayor
afectación en su adaptación al modelo de enseñanza virtual. Esta diferencia por sexo puede estar

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vinculada a factores contextuales y emocionales que influyen de forma diferenciada en la vivencia
del entorno académico remoto. Asimismo, se identifica que el bienestar psicoemocional se
encuentra más deteriorado en la población femenina, reflejando una mayor carga emocional frente
a las exigencias del aislamiento y las condiciones educativas impuestas. Esta disparidad apunta a
una sensibilidad diferenciada en función del género ante los cambios abruptos que trajo consigo
el confinamiento.
Tabla 3
Relación entre las variables, estado civil, percepción del ámbito educativo (PAVDO-C), y
bienestar psicoemocional (Escala de Bienestar Psicológico)
PAVDO-C Escala de Bienestar Psicológico Total
Bp Pm Ap Mb B P A Ma
Estado civil Soltero 32.00% 16.00% 8.00% 22.00% 16.00% 18.00% 0.00% 0.00% 56.00%
Casado 10.00% 8.00% 0.00% 12.00% 2.00% 4.00% 0.00% 0.00% 18.00%
Viudo 0.00% 0.00% 0.00% 0.00% 0.00% 0.00% 0.00% 0.00% 0.00%
Divorciado 0.00% 0.00% 0.00% 0.00% 0.00% 0.00% 0.00% 0.00% 0.00%
Unión de hecho 10.00% 10.00% 6.00% 2.00% 8.00% 8.00% 8.00% 0.00% 26.00%
Totales 52.00% 34.00% 14.00% 36.00% 26.00% 30.00% 8.00% 0.00% 100.00%
Nota. Se muestran los resultados de los instrumentos PAVDO-C (Bp = Baja percepción; Pm = Percepción
media; y, Ap = Alta percepción) y Escala de Bienestar Psicológico (Mb = Muy bajo; B = Bajo; P =
Promedio; A = Alto; y, Ma = Muy alto), relacionados con la variable estado civil, de los jóvenes residentes
de la comunidad San Ignacio de Colón.
De conformidad con los datos expresados en la tabla 3, se determina que del 52.00% que
se ubica en una baja percepción sobre el ámbito educativo, el 32.00% es de estado civil soltero;
además, del 36.00% de jóvenes que se sitúan en un nivel muy bajo de bienestar psicoemocional,
el 22.00% también se encuentran con un estado civil soltero.
Estos datos, tienen coincidencia con el estudio de Mercado & Otero (2022), quienes
exponen que el 60.00% de estudiantes evaluados presentó una baja percepción y dificultades
frente a la enseñanza virtual, de los cuales el 40.00% se encuentran en un estado civil de soltero.
Por otra parte, se guarda relación con la investigación de Gutiérrez & Negrín (2022), donde se
afirma que el 43.00% de los estudiantes analizados manifestó un nivel muy bajo de bienestar
psicológico, donde el 21.00% es soltero.
Los resultados permiten inferir que los jóvenes solteros fueron quienes manifestaron con
mayor frecuencia una percepción negativa del ámbito educativo durante el confinamiento. Esta
condición podría estar asociada a una menor red de apoyo emocional inmediata, al no contar con
una pareja con quien compartir las exigencias académicas y emocionales del aislamiento. De igual
manera, el nivel de bienestar psicoemocional más bajo también se concentra en este mismo grupo,
lo que sugiere una mayor vulnerabilidad frente al impacto psicológico de la cuarentena. La falta
de acompañamiento cercano y la posible sensación de soledad pueden haber intensificado los
efectos adversos en su salud mental y en su capacidad de adaptación a la modalidad virtual.

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Tabla 4
Relación entre las variables, percepción del ámbito educativo (PAVDO-C), y bienestar
psicoemocional (Escala de Bienestar Psicológico)
PAVDO-C Totales
Bp Pm Ap
Escala de
Bienestar
Psicológico Mb 22.00% 12.00% 2.00% 36.00%
B 12.00% 10.00% 4.00% 26.00%
P 14.00% 8.00% 8.00% 30.00%
A 4.00% 4.00% 0.00% 8.00%
Ma 0.00% 0.00% 0.00% 0.00%
Totales 52.00% 34.00% 14.00% 100.00%
Nota. Se muestra la relación de los resultados de los instrumentos PAVDO-C (Bp = Baja percepción; Pm
= Percepción media; y, Ap = Alta percepción) y Escala de Bienestar Psicológico (Mb = Muy bajo; B =
Bajo; P = Promedio; A = Alto; y, Ma = Muy alto), aplicados a los jóvenes residentes de la comunidad San
Ignacio de Colón.
De acuerdo con la información expresada en la tabla 4, se identifica que el 52.00% de los
jóvenes analizados manifiesta una baja percepción acerca del ámbito educativo durante la
pandemia, asimismo el 36.00% se ubica en un nivel muy bajo de bienestar psicoemocional. Según
estos datos, cabe indicar que ambos coinciden con el 22.00% en la caracterización descrita sobre
las dos variables.
Estos resultados coinciden con el estudio de Ávalos & Trujillo (2021) quienes exponen que
el 63.00% de los estudiantes universitarios tiene una baja percepción acerca de la enseñanza
virtual, de los cuales el 41.00% manifestó un muy bajo bienestar psicoemocional. Por otra parte,
se concuerda con la investigación de Luque et al. (2022), donde se presenta que el 48.00% de los
estudiantes analizados presentó un muy bajo nivel de bienestar psicológico, de los cuales el
27.00% se catalogó dentro de una baja percepción del ámbito educativo.
Los hallazgos permiten establecer una conexión directa entre la baja percepción del ámbito
educativo y el deterioro del bienestar psicoemocional en los jóvenes durante el periodo
pandémico. La mayoría de los estudiantes que presentaron dificultades en la adaptación a las
dinámicas educativas virtuales también experimentaron un estado emocional desfavorable. Esta
coincidencia evidencia cómo el malestar subjetivo generado por el entorno académico puede
incidir negativamente en la estabilidad emocional. La acumulación de exigencias académicas,
sumada al aislamiento social, parece haber afectado de manera conjunta ambas dimensiones. Así,
se evidencia una interdependencia entre las percepciones sobre el aprendizaje y las condiciones
psicológicas que enfrentaron los jóvenes en este contexto.
CONCLUSIONES
El análisis teórico permitió comprender que la pandemia COVID-19 generó
transformaciones profundas en el sistema educativo y en la salud psicoemocional de la población
juvenil. Se identificaron alteraciones significativas en los procesos de enseñanza-aprendizaje,
acompañadas por niveles elevados de ansiedad, estrés y desmotivación. La literatura consultada

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evidencia que el confinamiento, el uso forzado de plataformas virtuales y la pérdida de interacción
social afectaron el desarrollo académico y emocional de los estudiantes. A su vez, se reconoció
la necesidad de fortalecer enfoques integrales que consideren tanto el rendimiento académico
como el bienestar psicológico.
El diagnóstico realizado en la comunidad San Ignacio reveló una baja percepción del
ámbito educativo y un nivel muy reducido de bienestar psicoemocional entre los jóvenes. La
mayoría de los participantes expresó dificultades para adaptarse a la modalidad virtual, así como
sentimientos de angustia, apatía y desmotivación frente al estudio. Estos datos evidencian una
conexión estrecha entre el desempeño académico y las condiciones emocionales adversas,
agravadas por el aislamiento social y la falta de recursos tecnológicos. Asimismo, se observó que
determinadas variables como el sexo y el estado civil influenciaron los niveles de afectación.
A partir de la identificación teórica de estrategias dirigidas al ámbito educativo y
psicoemocional, y de conformidad con el diagnóstico realizado, se evidenció la necesidad de
implementar acciones intersectoriales que respondan a los efectos de la pandemia en los jóvenes.
Las teorías recopiladas, apuntan a fortalecer el acompañamiento psicológico, el desarrollo de
habilidades socioemocionales, la capacitación docente en metodologías inclusivas, y la creación
de espacios de expresión emocional. Del mismo modo, se destaca la importancia de restablecer
la motivación y la participación activa de los estudiantes en entornos educativos resilientes. Estas
estrategias deben ser contextualizadas a las condiciones particulares de la comunidad San Ignacio,
fomentando la corresponsabilidad entre instituciones, familias y actores educativos.

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