
Vol. 12/ Núm. 2 2025 pág. 1835
https://doi.org/10.69639/arandu.v12i2.1030
Cardiopatía isquémica en mujeres: una mirada crítica a las
diferencias clínicas, diagnósticas y terapéuticas
Ischemic heart disease in women: a critical look at clinical, diagnostic, and therapeutic
differences
Nelly Jhoana Rueda Benavides
nrueda427@unab.edu.co
https://orcid.org/0000-0001-6382-9877
Universidad Autónoma de Bucaramanga
Bucaramanga – Colombia
Diana Marcela Hernandez Muñoz
dianitamh117@gmail.com
https://orcid.org/0000-0002-9923-5840
Universidad Industrial de Santander
Bucaramanga – Colombia
Harold Alexander González Jiménez
cronohg@msn.com
https://orcid.org/0009-0004-5628-5460
Universidad Libre de Colombia
Bogotá – Colombia
Luisa Maria Ossa Romero
lor9428@gmail.com
https://orcid.org/0009-0002-1409-7846
Fundación universitaria autónoma de las Américas
Pereira – Colombia
Daniela Ospina Herrera
daniela.9659@gmail.com
https://orcid.org/0009-0000-1121-7537
Fundación universitaria autónoma de las Américas
Pereira – Colombia
Artículo recibido: 10 marzo 2025 - Aceptado para publicación: 20 abril 2025
Conflictos de intereses: Ninguno que declarar
RESUMEN
Las enfermedades cardiovasculares son la principal causa de muerte en mujeres. La cardiopatía
isquémica suele presentarse una década más tarde que en los hombres, con un perfil de riesgo
diferente. El dolor torácico es el síntoma predominante en ambos sexos; sin embargo, las mujeres
a menudo tienen síntomas atípicos concomitantes (p. ej., disnea, fatiga) que pueden retrasar el
diagnóstico. Además, es más frecuente que presenten isquemia miocárdica sin lesiones coronarias
obstructivas (ANOCA/INOCA) por disfunción microvascular, lo cual —sumado a la menor
sensibilidad de algunas pruebas diagnósticas y a la necesidad de criterios específicos (p. ej.,
puntos de corte de troponina)— supone retos adicionales. Históricamente, las mujeres han

Vol. 12/ Núm. 2 2025 pág. 1836
recibido menos intervenciones oportunas, con mayor mortalidad intrahospitalaria postinfarto,
especialmente en pacientes más jóvenes. Abordar estas brechas mediante detección precoz,
estrategias diagnósticas adaptadas y tratamiento equitativo es fundamental para optimizar los
resultados clínicos en la mujer.
Palabras clave: isquemia miocárdica, mujeres, hombres, diagnóstico, terapéutica
ABSTRACT
Cardiovascular disease is the leading cause of death in women. Ischemic heart disease tends to
present about a decade later in women than in men, with a different risk factor profile. Chest pain
is the predominant symptom in both sexes; however, women often have additional atypical
symptoms (e.g., dyspnea, fatigue) that can delay diagnosis. Women also more frequently have
myocardial ischemia without obstructive coronary lesions (ANOCA/INOCA) due to
microvascular dysfunction, which—together with the lower sensitivity of some diagnostic tests
and the need for sex-specific criteria (e.g., troponin thresholds)—poses further challenges.
Historically, women have received fewer timely interventions and exhibit higher in-hospital
mortality after myocardial infarction, especially at younger ages. Closing these gaps through
earlier recognition, sex-tailored diagnostic strategies, and equitable evidence-based treatment is
essential to optimize outcomes in women.
Keywords: myocardial ischemia, women, men, diagnosis, therapeutics
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INTRODUCCIÓN
La cardiopatía isquémica ha sido tradicionalmente percibida como un problema
predominante de varones; sin embargo, también constituye una de las principales causas de
muerte en las mujeres en muchos países desarrollados y en desarrollo (1). En las últimas décadas
se ha observado una disminución global de la mortalidad por infarto de miocardio, pero dicha
reducción ha sido menos pronunciada en mujeres jóvenes (<55 años), lo que sugiere un
estancamiento preocupante en este grupo (2). Persiste además una brecha de percepción:
históricamente, muchas mujeres desconocen que las enfermedades cardiovasculares representan
un riesgo mayor para su salud que, por ejemplo, el cáncer de mama (1). Esta infraestimación del
riesgo cardiovascular femenino, tanto por parte de pacientes como de algunos profesionales de la
salud, ha contribuido a demoras en el diagnóstico y a la subutilización de terapias efectivas en
mujeres con síndromes coronarios. Biológicamente, existen diferencias de sexo que influyen en
la presentación y evolución de la cardiopatía isquémica. Las mujeres suelen desarrollar
enfermedad coronaria aproximadamente 7 a 10 años más tarde que los hombres, en parte por el
efecto cardioprotector de los estrógenos antes de la menopausia (1). Sin embargo, tras la pérdida
de esta protección hormonal, la incidencia de cardiopatía isquémica en mujeres aumenta y
eventualmente se equipara a la de los varones, convirtiéndose en un problema crítico de salud en
la posmenopausia. Además, las mujeres presentan con mayor frecuencia patrones fisiopatológicos
particulares, como la disfunción microvascular coronaria y el vasoespasmo, que pueden conducir
a isquemia miocárdica aun en ausencia de estenosis coronarias significativas en la angiografía
(3). Más allá de los factores biológicos, hay importantes diferencias de género (socioculturales)
que impactan la atención cardiovascular de la mujer. Por ejemplo, múltiples registros han
evidenciado que las mujeres con infarto agudo de miocardio (IAM) suelen llegar más tarde al
hospital tras el inicio de los síntomas, en parte por atribuir sus molestias a ansiedad u otras causas
no cardíacas, o por retrasos en el reconocimiento por parte de terceros (4). También se ha
documentado una menor tasa de indicación de procedimientos diagnósticos invasivos y de
tratamientos de reperfusión en mujeres (especialmente en décadas pasadas), atribuible a sesgos
conscientes o inconscientes en la evaluación clínica (5). Estas disparidades en la atención inicial
han contribuido a peores resultados en la población femenina, como una mayor mortalidad
intrahospitalaria post-IAM reportada en numerosos estudios (5). Afortunadamente, en años
recientes se han implementado iniciativas para cerrar esta brecha, incluyendo campañas de
concientización (p. ej., “Go Red for Women”), un aumento de la representación femenina en
ensayos clínicos y el desarrollo de guías con perspectiva de género. Fruto de ello, algunas
diferencias pronósticas entre sexos se han atenuado en contextos contemporáneos de atención
optimizada (6). No obstante, persisten aspectos diferenciados que ameritan consideración especial
para lograr una verdadera equidad en salud cardiovascular. En este artículo de revisión narrativa

Vol. 12/ Núm. 2 2025 pág. 1838
se analizan críticamente las diferencias clínicas, diagnósticas y terapéuticas de la cardiopatía
isquémica en mujeres comparadas con los hombres, con énfasis en la literatura de los últimos
años (2015-2025) y en una perspectiva de equidad de género en salud. Se abarcan la
epidemiología y factores de riesgo, las manifestaciones clínicas típicas y atípicas, las
particularidades en los métodos diagnósticos (incluyendo nuevas evidencias sobre
microangiopatía y uso de biomarcadores), y las disparidades en el manejo y pronóstico a corto y
largo plazo. Reconocer y abordar estas diferencias en la práctica clínica es fundamental para
mejorar la atención de las mujeres con cardiopatía isquémica.
METODOLOGÍA
Se diseñó una revisión narrativa crítica que siguió las recomendaciones de la guía
SANRA y los criterios INSA para artículos de revisión no sistemática. Se consultaron
PubMed/MEDLINE, Embase, Scopus y Web of Science, complementadas con literatura gris
(Google Scholar, medRxiv) y actas de congresos cardiológicos (AHA, ACC, ESC). El periodo de
búsqueda abarcó de enero de 2014 a mayo de 2025, coincidiendo con la década posterior a la
Tercera Definición Universal del Infarto. La estrategia empleó una combinación de descriptores
MeSH/DeCS y términos libres en inglés y español relacionados con cardiopatía isquémica y
diferencias por sexo (por ejemplo, ischemic heart disease, coronary artery disease, women,
female, sex differences, microvascular angina, spontaneous coronary artery dissection). Se
aplicaron filtros para estudios en humanos, población ≥ 18 años y publicaciones en inglés o
español. Criterios de inclusión: estudios originales (cohortes, casos-controles, ensayos clínicos),
revisiones sistemáticas, metaanálisis, guías de práctica clínica y registros poblacionales que
analizaran mujeres o compararan resultados por sexo. Criterios de exclusión: editoriales, cartas,
series con < 20 pacientes, estudios en animales, duplicados y artículos sin texto completo. Tras
eliminar duplicados, dos revisores evaluaron títulos y resúmenes de forma independiente con
Rayyan® (coeficiente κ = 0,83); las discrepancias fueron resueltas por un tercer revisor. Los datos
clave (autor, año, diseño, tamaño muestral, desenlaces clínicos y hallazgos diferenciales en
mujeres) se extrajeron en fichas electrónicas. La síntesis narrativa agrupó la información en tres
ejes: (1) características clínicas y factores de riesgo específicos, (2) herramientas diagnósticas y
biomarcadores, y (3) estrategias terapéuticas y resultados pronósticos. Se destacaron
consistencias, contradicciones y vacíos de investigación relevantes para la práctica clínica
RESULTADOS
Diferencias epidemiológicas y factores de riesgo
La epidemiología de la cardiopatía isquémica difiere notablemente entre mujeres y
hombres. En general, las mujeres desarrollan enfermedad coronaria de forma más tardía: la edad
promedio al primer infarto en mujeres es 7 a 10 años mayor que en los hombres (1). Por ejemplo,
la proporción de infartos en pacientes jóvenes ha ido en aumento relativo en las mujeres: entre

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1995 y 2014, la incidencia de IAM en mujeres de 35-54 años creció del 21 % al 31 % del total en
ese rango, mientras que en varones jóvenes disminuyó (7). Este cambio se correlaciona con el
incremento de ciertos factores de riesgo en mujeres jóvenes, especialmente obesidad,
sedentarismo y diabetes, epidemias que han impactado a la población femenina en años recientes
(2). Respecto a los factores de riesgo cardiovascular tradicionales, existen diferencias tanto en
prevalencia como en impacto pronóstico por sexo (Tabla 1). La hipertensión arterial y la diabetes
mellitus son ligeramente más comunes en mujeres con cardiopatía isquémica que en sus
contrapartes masculinas, especialmente en edades avanzadas (8). Más importante aún, el efecto
adverso de algunos factores de riesgo parece ser mayor en las mujeres. Un estudio multicéntrico
reciente halló que la diabetes y el tabaquismo activo incrementan desproporcionadamente el
riesgo de enfermedad coronaria obstructiva y mortalidad en mujeres en comparación con hombres
(8). En mujeres diabéticas, la probabilidad de presentar lesiones coronarias significativas se
equiparó a la de los varones (es decir, el “protector” femenino desaparece con la diabetes), y la
diabetes confería a las mujeres un aumento mucho mayor en el riesgo de eventos coronarios que
a los diabéticos varones (8). De modo similar, el tabaquismo se asoció con un aumento relativo
de riesgo coronario más elevado en mujeres, duplicando el riesgo en comparación con hombres
fumadores en algunos análisis (8). Estos hallazgos subrayan la necesidad de un control agresivo
de factores de riesgo en las pacientes femeninas, dado que pueden ser especialmente nocivos en
ellas. Por otro lado, la dislipidemia aterogénica (colesterol LDL elevado) afecta a ambos sexos en
proporciones similares; aunque tras la menopausia suele observarse en la mujer un incremento
más marcado del LDL y descenso del HDL, eliminando las ventajas metabólicas que tenían en
etapas tempranas de la vida. El hábito tabáquico ha sido históricamente más prevalente en
varones; no obstante, preocupantemente la brecha se ha cerrado en poblaciones jóvenes.
Encuestas europeas recientes indican que la tasa de tabaquismo en mujeres jóvenes se ha
incrementado hasta cifras similares o superiores a las de los hombres jóvenes (2), lo cual augura
un impacto negativo futuro en la incidencia de cardiopatía isquémica femenina. En cuanto a la
obesidad y el síndrome metabólico, su prevalencia es alta y comparable en ambos sexos en
muchas poblaciones, aunque algunas series muestran mayor obesidad abdominal en mujeres de
mediana edad. Asimismo, factores psicosociales como el estrés crónico y la depresión, más
frecuentes en mujeres, contribuyen al riesgo cardiovascular global, al igual que ciertas
enfermedades autoinmunes (lupus, artritis reumatoide) que se dan predominantemente en
población femenina. Adicionalmente, existen factores de riesgo exclusivos de la mujer que se han
reconocido como predictores de enfermedad coronaria prematura, tales como las complicaciones
hipertensivas del embarazo (preeclampsia), la diabetes gestacional y la menopausia temprana.
Estos antecedentes obstétricos y ginecológicos deben indagarse en la historia clínica de toda
mujer, ya que forman parte de su perfil de riesgo cardiovascular. En suma, las mujeres con
cardiopatía isquémica tienden a ser de mayor edad, posmenopáusicas, y acumular una mayor

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carga de comorbilidades como hipertensión y diabetes al momento de su presentación clínica (5).
Además, ciertos factores de riesgo tradicionales parecen conferir un riesgo relativamente mayor
de eventos coronarios en el sexo femenino que en el masculino (8). Esto enfatiza la importancia
de una prevención primaria y secundaria intensiva en mujeres: por ejemplo, lograr metas estrictas
de control glucémico en diabéticas y fomentar la cesación tabáquica, dado el elevado daño
potencial de estos factores en la población femenina.
Tabla 1
Diferencias por sexo en factores de riesgo y perfil clínico en cardiopatía isquémica
Factor /
Característica
Mujeres Hombres
Edad media al primer
IAM
~7-10 años mayor que varones (presentación más
tardía) (1) (7)
Más jóvenes al presentar primer IAM
(usualmente <55 años) (1) (7)
Hipertensión arterial Más prevalente en mujeres con cardiopatía
isquémica, especialmente >60 años (8).
Contribuye fuertemente al riesgo
postmenopausia.
Muy prevalente también; típicamente
aparece a edad ligeramente más
joven.
Diabetes mellitus Ligera mayor prevalencia. Riesgo atribuible
mayor: multiplica riesgo coronario ~3-4 veces
(vs ~2× en hombres) (8). Anula protección
hormonal.
Prevalencia algo menor. Aumenta
riesgo coronario, pero impacto
relativo menor que en mujeres.
Tabaquismo Históricamente menor, aunque en aumento entre
las jóvenes. Eleva riesgo coronario relativo más
en mujeres (≈25% más efecto adverso) (8).
Mayor prevalencia de fumadores.
Riesgo coronario elevado (~2×), pero
menor impacto relativo que en
mujeres.
Dislipidemia (LDL
alto)
Similar prevalencia pre-menopausia;
posmenopausia tiende a empeorar perfil (↑LDL,
↓HDL), borrando ventaja previa. Beneficio
cardioprotector de HDL alto es menor que en
hombres.
Colesterol LDL elevado muy
frecuente. HDL alto confiere
protección significativa. Tendencia
estable con la edad.
Obesidad / Síndrome
metabólico
Obesidad central frecuente tras menopausia.
Síndrome metabólico muy prevalente,
especialmente >50 años.
Obesidad general y abdominal
elevadas; impacto en riesgo
coronario significativo en ambos
sexos (sin gran diferencia).
Estrés crónico /
Depresión
Mayor incidencia de depresión y estrés crónico;
asociados a peor pronóstico post-IAM y menor
adherencia a tratamientos.
Menor reporte de depresión; estrés
laboral común. Impacto negativo
reconocido en ambos sexos.
Factores gineco-
obstétricos
Preeclampsia, diabetes gestacional, menopausia
temprana aumentan riesgo futuro de cardiopatía
isquémica.
No aplican. (N/A)
Enfermedad
coronaria no
obstructiva
Más común: hasta ~50% de las mujeres con
angina pueden no mostrar obstrucciones
significativas en coronarias. Asociada a
disfunción microvascular y vasoespasmo.
Menos frecuente: ~20-30% de las
anginas en varones cursan sin
obstrucciones. La mayoría presenta
placas obstructivas en angiografía.
Comorbilidades al
presentar IAM
Más comorbilidades (p. ej., insuficiencia
cardíaca, enfermedad renal crónica) al momento
del IAM (5).
Menos comorbilidad concomitante
en el IAM inicial.
Clase Killip al ingreso
(IAM con elevación
ST)
Se presentan con mayor frecuencia en
insuficiencia cardíaca aguda (Killip II-IV) al
infarto (5).
Mayoría Killip I al ingreso; falla
cardíaca menos común inicialmente.
Fuentes: Elaboración propia a partir de referencias seleccionadas(1)(2)(5)(7)(8). (IAM: infarto agudo de
miocardio; LDL: lipoproteína de baja densidad; HDL: lipoproteína de alta densidad).

Vol. 12/ Núm. 2 2025 pág. 1841
Diferencias en la presentación clínica
En cuanto a las manifestaciones clínicas, las mujeres con síndrome coronario suelen
presentar los síntomas “clásicos” de isquemia (dolor torácico opresivo irradiado a brazo o
mandíbula, sudoración, náuseas) de forma similar a los hombres. De hecho, en poblaciones
jóvenes con infarto, estudios como el VIRGO demostraron que el dolor torácico fue el síntoma
predominante en la gran mayoría de mujeres y hombres jóvenes con IAM (≈87 % vs 89 %,
respectivamente) (4). Este hallazgo desmitifica la creencia popular de que el infarto en la mujer
típicamente ocurre “sin dolor en el pecho”. No obstante, existen matices importantes: las mujeres
suelen experimentar mayor variedad de síntomas concomitantes y refieren con más frecuencia
síntomas atípicos en comparación con los hombres. Por ejemplo, en el estudio VIRGO, aunque
la presencia de dolor de pecho fue similar entre sexos, las mujeres reportaron más frecuentemente
≥3 síntomas asociados además del dolor principal, tales como disnea, fatiga inusual, sudor frío,
mareos, palpitaciones o dolor referido al cuello/mandíbula o región interescapular (4). En cambio,
los varones presentaron más a menudo el cuadro típico aislado (dolor torácico como síntoma
único). La literatura indica que las mujeres, especialmente de mayor edad, pueden sufrir isquemia
miocárdica con manifestaciones atípicas o menos reconocibles: disnea de nuevo inicio, malestar
epigástrico, náuseas/vómitos, debilidad marcada o incluso síncope como equivalente anginoso
(9). En mujeres ancianas (>75 años) es relativamente más común el llamado “infarto silencioso”
o presentaciones poco usuales que retrasan el diagnóstico. Un registro encontró que hasta un 20–
25 % de mujeres ancianas con IAM no reportaron dolor torácico significativo al ingreso,
comparado con ~15 % de hombres ancianos (9). Si bien parte de esta diferencia se explica por la
edad avanzada y comorbilidades (pues la diabetes y la edad avanzada predisponen a infartos
paucisintomáticos en ambos sexos), también sugiere que persiste un menor índice de sospecha
clínica de infarto en las mujeres, contribuyendo a errores diagnósticos iniciales. En consecuencia,
una mujer con síntomas inespecíficos de reciente aparición (como disnea injustificada, astenia
inusual o manifestaciones digestivas) debe hacer sospechar un síndrome coronario agudo si tiene
factores de riesgo, aunque no refiera dolor torácico típico. Otra característica clínica
diferenciadora es que las mujeres con síndrome coronario agudo suelen presentarse en peor
condición funcional de inicio. Diversos estudios han hallado que las pacientes llegan al hospital
en clases funcionales más deterioradas: por ejemplo, con mayor frecuencia en clase Killip II–IV
(datos de insuficiencia cardíaca aguda) al momento de un IAM con elevación del ST (5)(6).
En un análisis de tres períodos históricos de manejo del infarto en España, se observó que
en etapas pasadas (años 1990–2000) las mujeres se presentaban más frecuentemente con edema
agudo de pulmón o choque cardiogénico al ingreso que los hombres (6). Esto puede relacionarse
con la mayor edad y comorbilidades de las mujeres (p. ej., hipertensión mal controlada,
cardiopatía previa), pero también con la demora en su atención. Estudios han documentado
consistentemente una mayor demora prehospitalaria en las mujeres: el tiempo desde el inicio de

Vol. 12/ Núm. 2 2025 pág. 1842
síntomas hasta el primer contacto médico tiende a ser más prolongado. Por ejemplo, un registro
europeo reportó que las mujeres tardaban en promedio 60 minutos más que los hombres en llegar
al hospital tras un IAM, aun ajustando por distancia y edad (5). Entre las razones identificadas se
incluyen que ellas suelen no querer “molestar” o esperar a ver si los síntomas ceden,
atribuyéndolos a estrés o ansiedad, y en ocasiones también retrasos porque el personal sanitario
inicial subestima la probabilidad de infarto en una mujer, especialmente si es relativamente joven.
La angina crónica estable en mujeres también presenta particularidades. Ellas refieren con mayor
frecuencia episodios de dolor torácico “atípico” (p. ej., punzadas, dolor no relacionado con el
ejercicio) durante la evaluación ambulatoria, lo cual puede llevar a subestimar el riesgo coronario
real. Es crucial reconocer que un porcentaje importante de estas mujeres puede tener isquemia
miocárdica inducible incluso si las pruebas iniciales no muestran anomalías.
Un síndrome cada vez más reconocido es el de angina con arterias coronarias no
obstructivas (ANOCA, conocido como INOCA cuando se documenta isquemia en pruebas): este
cuadro ocurre en una proporción significativa de mujeres con angina. Estudios actuales estiman
que entre 50–70 % de las mujeres remitidas a cateterismo por angina o prueba de isquemia
positiva no tienen lesiones coronarias obstructivas, comparado con ~30 % de los varones (3). En
muchas de estas pacientes, la causa subyacente son trastornos de la vasculatura coronaria:
disfunción microvascular (incapacidad de las arteriolas para dilatar apropiadamente) y/o
vasoespasmo epicárdico. Ambos mecanismos producen isquemia “no epicárdica” que puede
manifestarse clínicamente como angina típica o atípica. Este fenómeno tiene implicaciones
diagnósticas (que se discuten más adelante) y también pronósticas: si bien por mucho tiempo se
pensó que la ausencia de obstrucciones coronarias implicaba un buen pronóstico, ahora se sabe
que pacientes, especialmente mujeres, con isquemia microvascular o vasoespástica pueden tener
calidad de vida reducida por angina refractaria y cierto aumento en riesgo de eventos a largo plazo
(por ejemplo, desarrollo de insuficiencia cardíaca con fracción de eyección preservada, o infarto
tipo 2) en comparación con personas sin ninguna disfunción coronaria (3). Por ello, la presencia
de angina en mujeres debe evaluarse cuidadosamente aunque la angiografía sea “normal”,
buscando estos síndromes subyacentes. Un subtipo particular de infarto que predomina en
mujeres es el infarto de miocardio con arterias coronarias no obstructivas (MINOCA). Este
corresponde a 5–10 % de todos los infartos, pero su distribución por sexo es dispar: alrededor del
25 % de los infartos en mujeres menores de 60 años podrían corresponder a MINOCA, frente a
~10 % en sus contrapartes masculinos (9). Las etiologías de MINOCA son heterogéneas e
incluyen fenómenos como ruptura de placa no obstructiva, microembolización, vasoespasmo
intenso y, de especial relevancia en mujeres jóvenes, la disección espontánea de arterias
coronarias (SCAD, del inglés spontaneous coronary artery dissection). Hasta el 90 % de los casos
de SCAD ocurren en mujeres, típicamente de mediana edad o periparto, y se estima que la SCAD
es responsable de ~25–30 % de los IAM en mujeres <50–60 años (10). Clínicamente, la SCAD

Vol. 12/ Núm. 2 2025 pág. 1843
suele presentarse con dolor torácico típico de infarto en una mujer sin factores de riesgo
tradicionales, un escenario que a menudo confunde al clínico. Reconocer estas presentaciones
atípicas es vital, ya que el manejo óptimo puede diferir (por ejemplo, la SCAD suele tratarse
conservadoramente si el flujo coronario es TIMI 2–3 espontáneamente). En síntesis, la
presentación clínica de la cardiopatía isquémica en la mujer tiene similitudes con la del hombre
(el síntoma central de angina de pecho sigue siendo frecuente en ambos), pero también diferencias
marcadas. Las mujeres suelen cursar con un síndrome más difuso, con múltiples síntomas
acompañantes que pueden enmascarar la isquemia. Este perfil sintomático, sumado a la menor
sospecha tanto de las pacientes como de terceros, contribuye a retrasos diagnósticos y
tratamientos tardíos en el sexo femenino.
Tabla 2
Diferencias en el manejo y evolución de síndromes coronarios agudos entre mujeres y hombres
Aspecto del manejo /
Evolución
Mujeres (promedio) Hombres (promedio)
Tiempo
prehospitalario en
IAM
Mayor demora en solicitar ayuda
(retraso promedio +30–60 min vs
varón) (5).
Llegada más precoz tras
inicio de síntomas.
Angioplastia
primaria en IAM con
ST (IAMCEST)
Tasa actual ~85–90% en candidatas
(antes más baja). Aún menor uso en
<60 años en algunos entornos (6).
Tasa ~90–95% en
candidatos. Diferencia
actual menor.
Cateterismo en SCA
sin elevación ST
Indicación algo menor, especialmente
si troponina leve; tendencia a manejo
conservador si riesgo intermedio (5).
Más frecuentemente
estrategia invasiva
(cateterismo temprano
según riesgo).
Fibrinolisis (cuando
se usa)
Históricamente, levemente menor tasa
de uso. Mayor riesgo de
complicaciones hemorrágicas
reportado.
Mayor uso histórico.
Riesgo hemorrágico
presente pero menor que en
mujeres.
Antiagregación
plaquetaria dual
Igual indicación, pero mayor riesgo de
sangrado (p. ej., sangrado mayor ~5–
7% vs ~3–5% en varones) (9).
Riesgo de sangrado menor.
Adherencia ligeramente
mayor al tratamiento.
Anticoagulación en
SCA
Mayor tasa de sangrado con
heparina/bivalirudina si dosis no
ajustadas por peso. Requiere vigilancia
estrecha.
Riesgo hemorrágico menor
con dosificación estándar.
Complicaciones
vasculares (acceso)
Más hematomas en sitio de punción
(especialmente vía femoral). Vía radial
recomendada (reduce diferencias).
Menos complicaciones
locales.
Cirugía de bypass
coronario
Mayor mortalidad operatoria (OR
~1.5). Vasos más pequeños dificultan
injertos. A 5 años, supervivencia
similar tras ajuste (13).
Menor mortalidad
operatoria. Mejores
resultados brutos a
mediano plazo.

Vol. 12/ Núm. 2 2025 pág. 1844
Uso de fármacos al
alta tras IAM
Menor tasa de prescripción de estatinas
de alta intensidad, IECA/ARA-II y
betabloqueadores en algunas series
(diferencia ~5–10%) (6).
Mayor probabilidad de
recibir medicación óptima
según guías.
Rehabilitación
cardíaca
Menor asistencia: solo ~40–50%
adhieren a programas post-IAM
(barreras familiares, motivacionales)
(6).
Mayor participación: ~60%
en programas formales
post-IAM.
Mortalidad
intrahospitalaria
IAM
Superior (ej.: 9–12% vs 5–6% en
hombres en IAMCEST) (6). Ajustada
por edad y comorbilidad, el exceso
relativo femenino persiste ligeramente.
Inferior. Mejora con
reperfusión temprana.
Mortalidad a 1 año
post-IAM
Similar o ligeramente mayor que en
hombres, dependiendo de adherencia
terapéutica. Con tratamiento óptimo,
HR ~1.1 (no significativa) (7).
Similar o algo menor que
en mujeres, si ambos
tratados óptimamente.
Reinfarto / eventos
recurrentes
Tasa similar a hombres a largo plazo
cuando se controlan factores de riesgo
y tratamiento. Posible mayor angina
recurrente (microvasculatura).
Tasa de reinfarto
comparable a mujeres.
Menos angina residual si
revascularizado
completamente.
Insuficiencia
cardíaca post-IAM
Más frecuente (hasta 2× riesgo).
Contribuye a mayor mortalidad en
mujeres con SCA (8).
Menos frecuente.
Pronóstico determinado
principalmente por tamaño
del infarto.
Fuentes: Elaboración propia a partir de referencias seleccionadas(1)(2)(5)(7)(8). (SCA: síndrome coronario agudo;
IAM: infarto agudo de miocardio; IAMCEST: IAM con elevación del ST; IECA: inhibidor de enzima convertidora;
ARA-II: antagonista de receptor de angiotensina II).
Diferencias en la aproximación diagnóstica
El enfoque diagnóstico de la cardiopatía isquémica tradicionalmente se basa en estratificar
el riesgo del paciente y utilizar pruebas no invasivas (electrocardiograma de esfuerzo, pruebas de
imagen funcional) o invasivas (angiografía) según la probabilidad pre-test de enfermedad
coronaria. En este ámbito, existen diferencias en el rendimiento de algunas pruebas diagnósticas
en mujeres, así como disparidades históricas en el acceso a ciertos estudios. Además, la
fisiopatología diferencial (por ejemplo, mayor frecuencia de enfermedad microvascular en
mujeres) ha impulsado la adopción de herramientas diagnósticas específicas en este sexo.
Electrocardiograma de esfuerzo (prueba de esfuerzo convencional): Es una prueba de
primera línea para angina estable en pacientes con riesgo intermedio. No obstante, su utilidad
aislada en mujeres es menor que en hombres. La sensibilidad y especificidad del
electrocardiograma de esfuerzo para detección de enfermedad coronaria obstructiva resultan más
bajas en mujeres. Varios metanálisis han mostrado que las mujeres presentan con mayor
frecuencia resultados falsos positivos en la prueba de esfuerzo (supradesnivel del ST) debido a

Vol. 12/ Núm. 2 2025 pág. 1845
alteraciones basales del ST, menor capacidad de ejercicio o respuestas hemodinámicas diferentes
(3). Por tanto, una prueba de esfuerzo “positiva” en una mujer tiene un valor predictivo positivo
más bajo que en un varón. En la práctica, suele combinarse con algún método de imagen (eco
estrés o perfusión miocárdica nuclear) para aumentar la precisión diagnóstica en mujeres con
sospecha de angina. Cabe mencionar que las escalas de riesgo pre-test clásicas (como Diamond-
Forrester) tendían a sobreestimar la probabilidad de enfermedad obstructiva en mujeres, llevando
a más angiografías innecesarias. Modelos refinados han ajustado este sesgo, y guías actuales
recomiendan considerar métodos de imagen funcional directamente en muchas mujeres, dado el
rendimiento subóptimo del ECG de esfuerzo aislado en ellas.
Pruebas de imagen funcional (ecocardiografía de estrés, medicina nuclear, resonancia
cardíaca de estrés): Estas modalidades, que evalúan isquemia inducible visualizando
alteraciones de la motilidad parietal o de la perfusión miocárdica, han mejorado la detección de
isquemia en mujeres. Aun así, existen pequeños matices en su desempeño. Por ejemplo, la
ecocardiografía de estrés con ejercicio tiene una sensibilidad ligeramente menor en mujeres
(~79%) que en hombres (~85%), aunque con especificidad similar (~86–89%) (11). Esto podría
deberse a limitantes técnicas (ventana acústica subóptima en algunas mujeres, menor capacidad
de ejercicio llevando a esfuerzo submáximo) o a que las mujeres, al tener más a menudo
enfermedad de un solo vaso o microvascular, generan menos anomalías segmentarias de
contractilidad. La gammagrafía de perfusión miocárdica (SPECT) también puede arrojar más
falsos positivos en mujeres por atenuación mamaria (el tejido mamario puede producir artefactos
que simulan defectos). Sin embargo, con técnicas actuales de corrección de atenuación, su
precisión ha mejorado. La resonancia cardíaca con perfusión de estrés es altamente sensible en
ambos sexos, con la ventaja de no usar radiación; aunque los estudios específicos por sexo son
limitados, se considera que su rendimiento diagnóstico es igualmente excelente en la mujer,
siendo útil sobre todo cuando se sospecha isquemia microvascular (pues puede evidenciar retraso
global de la perfusión).
La angiografía coronaria invasiva sigue siendo el estándar para confirmar enfermedad
coronaria obstructiva. Hasta hace algunos años, se observaba que a las mujeres se les realizaba
angiografía diagnóstica con menor frecuencia que a los hombres con indicación clínica similar.
En el contexto agudo, por ejemplo, mujeres con síndrome coronario sin elevación del ST
(SCASEST) tenían menor tasa de coronariografía temprana en múltiples registros, reflejando
quizás una aproximación más conservadora en ellas (5). Esto ha ido cambiando en la práctica
contemporánea: las guías actuales fomentan estrategias invasivas equivalentes según el riesgo,
independientemente del sexo. Aun así, algunos datos recientes indican que persisten diferencias
modestas. Un análisis de más de un millón de IAM en EE.UU. mostró que las mujeres tenían
aproximadamente un 20% menos probabilidad de ser sometidas a angiografía y
revascularización, especialmente en rangos de menor edad, en comparación con hombres con

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IAM de similar gravedad (6) (7). Esta brecha se ha ido reduciendo en pacientes de alto riesgo
(como IAM con elevación del ST, donde hoy las tasas de angioplastia primaria son muy
semejantes entre sexos), pero permanece en escenarios de riesgo intermedio o presentación
atípica.
Desde el punto de vista diagnóstico, la angiografía en mujeres con angina muestra con
mucha más frecuencia ausencia de lesiones obstructivas o presencia solo de placas no
obstructivas, como ya se mencionó. Es fundamental que el cardiólogo intérprete un angiograma
“normal” en una mujer con dolor anginoso no como punto final, sino que considere evaluaciones
adicionales de la función coronaria. En la actualidad existen test invasivos especializados para
estos casos: medición de la reserva de flujo coronario (CFR) e índice de resistencia microvascular
(IMR) para evaluar la microcirculación, y pruebas de provocación de vasoespasmo
(administrando acetilcolina intracoronaria) para diagnosticar angina vasoespástica. Las guías
europeas de 2019 sobre cardiopatía isquémica crónica sugieren el uso de estas pruebas invasivas
en pacientes —predominantemente mujeres— con angina y angiografía sin lesiones obstructivas
evidentes (3). Su empleo va en aumento en centros especializados, permitiendo objetivar si existe
disfunción microvascular o vasoespasmo y así orientar terapias específicas (p. ej.,
calcioantagonistas en caso de vasoespasmo). Sin embargo, todavía no es práctica rutinaria en la
mayoría de laboratorios, en parte por falta de difusión y entrenamiento en estas técnicas.
En el terreno de los biomarcadores, la introducción de las troponinas cardíacas de ultra-alta
sensibilidad ha puesto de relieve diferencias biológicas importantes por sexo. Las mujeres suelen
tener niveles basales de troponina levemente inferiores a los hombres (debido a menor masa
miocárdica). Por ende, utilizar un mismo punto de corte universal de troponina para diagnosticar
infarto puede subdiagnosticar IAM en mujeres. Un estudio prospectivo clave mostró que, al
aplicar puntos de corte específicos por sexo (más bajos para mujeres), la tasa de diagnóstico de
IAM en mujeres aumentó en ~16–20%, identificando casos que antes se catalogaban como
“injuria miocárdica” menor (12). Estas mujeres adicionales diagnosticadas con infarto (gracias al
umbral femenino) presentaban pronóstico desfavorable si no se manejaban adecuadamente,
demostrando que no eran “falsos positivos” sino IAM verdaderos que previamente pasaban
desapercibidos (12). A raíz de esto, varias instituciones han adoptado valores de referencia
diferenciados de troponina I y T: por ejemplo, para troponina T de alta sensibilidad, el percentil
99 es ~16 ng/L en mujeres vs ~34 ng/L en hombres. Las definiciones universales más recientes
de infarto recomiendan considerar las diferencias de sexo en la interpretación de troponinas. En
la práctica clínica, esto significa que ante troponinas modestamente elevadas (p. ej., 20–30 ng/L)
se debe tener un umbral de sospecha más alto en una mujer (pudiendo ya representar injuria
significativa), mientras que en un hombre ese nivel podría considerarse dentro de la variabilidad
basal.

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Las pruebas de imagen cardíaca no invasiva avanzadas, como la angiotomografía coronaria
(angio-TC), también han revelado hallazgos interesantes según sexo. La angio-TC coronaria es
útil en pacientes con probabilidad pre-test baja a intermedia y su precisión diagnóstica para
detectar obstrucciones significativas es similar en mujeres y hombres. Inicialmente se pensó que
podría tener menor sensibilidad en mujeres por sus arterias coronarias de menor calibre, pero un
subanálisis del estudio ACCURACY no encontró diferencias significativas en la exactitud
diagnóstica entre sexos (13). Sin embargo, la angio-TC ha corroborado la mayor frecuencia de
placas difusas no obstructivas en mujeres, hallazgo que coincide con la fisiopatología distinta
comentada (aterosclerosis más distal o microvascular en ellas).
En resumen, las diferencias diagnósticas más relevantes se relacionan con el menor
rendimiento de pruebas convencionales en mujeres (más falsos positivos en ECG de esfuerzo,
ligera menor sensibilidad de imagen funcional) y con la necesidad de ajustar criterios (como los
puntos de corte de biomarcadores) para no pasar por alto enfermedad coronaria en la mujer.
Adicionalmente, es crucial utilizar todas las herramientas disponibles cuando las pruebas estándar
no explican los síntomas en una paciente, investigando disfunción microvascular o vasoespasmo
que puedan estar presentes a pesar de una angiografía sin obstrucciones.
Manejo terapéutico y diferencias en resultados clínicos
El tratamiento de la cardiopatía isquémica abarca medidas farmacológicas,
intervencionismo coronario (angioplastia, cirugía de revascularización) y control de factores de
riesgo. En términos generales, las guías de manejo de síndromes coronarios indican terapias
similares para hombres y mujeres; no obstante, en la práctica se han observado brechas de
implementación y algunas consideraciones particulares por sexo.
Históricamente, las mujeres con infarto han recibido menos intervenciones de reperfusión
en fase aguda. En síndromes coronarios con elevación del ST, por ejemplo, las tasas de
angioplastia primaria eran más bajas en mujeres en décadas previas, aunque en la actualidad se
han equiparado en la mayoría de centros que aplican protocolos estandarizados. En SCA sin
elevación del ST, persistió por mucho tiempo una tendencia a un manejo más conservador en las
mujeres, con menor utilización de cateterismo temprano, lo cual ha sido documentado en registros
internacionales (5). Como se discutió, todavía a día de hoy algunas series muestran que ante un
cuadro clínico similar, la probabilidad de recibir angiografía y revascularización es algo menor
en la mujer, sobre todo en las más jóvenes (6) (7). Estas disparidades en el manejo invasivo han
venido disminuyendo gracias a campañas de educación y a la monitorización de la calidad, pero
no han desaparecido por completo.
En cuanto al tratamiento farmacológico, la evidencia indica que ambos sexos se benefician
por igual de las terapias basadas en la evidencia (antiagregantes, betabloqueadores, estatinas,
inhibidores de ECA, etc.). Sin embargo, nuevamente se han identificado brechas: múltiples
estudios han encontrado que a las mujeres al egreso hospitalario se les prescriben con menor

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frecuencia medicamentos clave como estatinas de alta intensidad, inhibidores de la ECA o
betabloqueadores, aun cumpliendo criterios (6). Las causas pueden variar: desde
contraindicaciones o efectos adversos (las mujeres tienen más probabilidad de presentar
reacciones adversas a fármacos cardiovasculares), hasta omisiones por parte del equipo tratante o
menor adherencia en la paciente. Cualquiera sea el origen, estas diferencias en prescripción
pueden contribuir a diferencias de resultados. Por ejemplo, menor uso de estatinas potentes podría
influir en mayor tasa de eventos recurrentes si no se corrige el colesterol LDL de forma óptima.
Un aspecto importante son los efectos secundarios y riesgos asociados al tratamiento. Las
mujeres presentan de manera consistente mayor riesgo de complicaciones hemorrágicas con las
terapias antitrombóticas (antiagregantes y anticoagulantes) utilizadas en síndromes coronarios
(9). Esto se atribuye a diferencias en la farmacodinámica y a menudo a sobredosificación relativa
si no se ajusta el fármaco al peso corporal (las mujeres suelen pesar menos, y una dosis fija de
heparina o trombolítico puede generar mayor nivel plasmático efectivo). Por ello, las guías
recomiendan ajustar cuidadosamente las dosis de anticoagulantes según peso y función renal en
las pacientes, y optar preferiblemente por accesos vasculares menos invasivos (la vía radial en
cateterismo) para disminuir el riesgo de complicaciones locales. De hecho, la adopción
generalizada del acceso radial ha reducido notablemente la brecha de complicaciones vasculares
poscateterismo entre hombres y mujeres.
En pacientes sometidos a cirugía de revascularización (bypass aortocoronario), varios
reportes señalan que las mujeres operadas tienden a tener una mortalidad perioperatoria algo
mayor (~1.5–2 veces) que los hombres. Un metanálisis encontró una mortalidad operatoria de
3.7% en mujeres vs 1.7% en hombres, y a 5–10 años las mujeres seguían con mortalidad más
elevada (13). Las explicaciones incluyen que las mujeres llegan a cirugía a mayor edad y con más
comorbilidades, y suelen tener vasos coronarios de menor calibre que dificultan las anastomosis
de los injertos. No obstante, tras esos primeros años, la supervivencia a mediano plazo es similar
entre sexos cuando se ajusta por factores de riesgo. Esto sugiere que no hay una diferencia
inherente en la durabilidad de los injertos o beneficios de la cirugía, sino en el riesgo inicial.
Estrategias como optimizar las condiciones prequirúrgicas (control de anemia, peso, función
renal) en mujeres podrían mejorar sus resultados. También refuerzan el énfasis en la prevención
para evitar que las pacientes alcancen estadios avanzados de enfermedad que requieran cirugía en
condiciones subóptimas.
En el ámbito poshospitalario, otro punto crítico es la rehabilitación cardíaca. Las mujeres
infartadas tienen menor participación en programas formales de rehabilitación que los hombres
(se ha estimado que solo ~40–50% de mujeres acuden o completan dichos programas, frente a
~60% de hombres) (6). Las barreras incluyen responsabilidades familiares, menor indicación
médica, falta de percepción de necesidad o impedimentos para asistir. Esta menor adherencia

Vol. 12/ Núm. 2 2025 pág. 1849
puede traducirse en un peor control de factores de riesgo y recuperación física subóptima,
incidiendo negativamente en el pronóstico a largo plazo.
En cuanto a resultados clínicos, las diferencias de sexo se han manifestado más como
brechas en la atención y riesgos asociados, que en la necesidad de tratamientos fundamentalmente
distintos. Es decir, las mujeres se benefician de las mismas terapias basadas en evidencia que los
hombres, pero históricamente no siempre las recibieron con la misma prontitud o intensidad.
Consecuentemente, presentaron tasas más altas de complicaciones agudas. La mortalidad
intrahospitalaria por infarto agudo ha sido mayor en mujeres en múltiples cohortes, en parte
debido a su peor perfil de riesgo al ingreso (edad avanzada, comorbilidades) y en parte debido a
demoras y menor uso de intervenciones agudas (6). No obstante, al equiparar la calidad de la
atención, las diferencias pronósticas se reducen marcadamente. Estudios contemporáneos
muestran que en cohortes con atención uniforme, la mortalidad de mujeres con IAM se acerca
mucho a la de los hombres (7). Esto representa un avance en equidad, fruto de la creciente
conciencia en la cardiología de género. Aun así, algunas disparidades persisten, sobre todo en
ciertos subgrupos: las mujeres jóvenes con IAM continúan siendo más vulnerables (su mortalidad
relativa sigue excediendo la de hombres jóvenes) (6), así como las mujeres de edad muy avanzada
(donde la evidencia de tratamientos agresivos es más limitada). Cerrar estas brechas implica
asegurarse de que toda mujer con IAM reciba la misma rapidez de reperfusión, los mismos
fármacos de prevención secundaria y el mismo seguimiento cercano que un varón, adaptando
dosis según peso y vigilando eventos adversos. También implica diseñar intervenciones para
mejorar su adherencia (por ejemplo, educación específica y apoyo para que participen en
rehabilitación).
En la Tabla 2 se resumen algunas diferencias destacadas en el manejo agudo y evolución
tras un síndrome coronario agudo entre mujeres y hombres. En general, puede observarse que si
bien las diferencias absolutas se han acortado con el tiempo, persisten ciertos desbalances: las
mujeres tardan más en llegar al hospital, reciben ligeramente menos intervenciones invasivas
(especialmente en contextos no STEMI), experimentan más complicaciones hemorrágicas con
tratamientos estándar y tienen un riesgo algo mayor de insuficiencia cardíaca tras un infarto. Con
tratamiento óptimo a largo plazo, las tasas de reinfarto y mortalidad tardía tienden a equipararse
entre sexos (7).
DISCUSIÓN
Los hallazgos analizados confirman que, si bien la cardiopatía isquémica comparte
mecanismos patológicos fundamentales en ambos sexos, las mujeres presentan diferencias
importantes en cada eslabón de la cadena clínica –desde la predisposición y factores de riesgo,
pasando por las manifestaciones iniciales, hasta la estrategia diagnóstica óptima y la respuesta al
tratamiento–. Estas disparidades son el resultado de una compleja interacción entre factores

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biológicos (sexo) y socioculturales (género). En el terreno de los factores de riesgo, destaca que
condiciones como la diabetes mellitus y el tabaquismo parecen conferir un riesgo relativamente
mayor de eventos coronarios en las mujeres (8). Esto sugiere posibles diferencias en la
fisiopatología: por ejemplo, la diabetes provoca disfunción endotelial más acentuada en mujeres,
anulando su ventaja hormonal previa y promoviendo aterogénesis difusa. Del mismo modo, el
perfil lipídico de la mujer se deteriora tras la menopausia, pudiendo requerir un manejo más
anticipado (p. ej., iniciar estatinas antes que en varones equivalentes). Estos datos apoyan un
enfoque preventivo agresivo en pacientes femeninas con factores de riesgo, incluso cuando las
calculadoras tradicionales estimen un riesgo “moderado”; puede ser prudente reclasificar al alza
el riesgo en ciertas mujeres (por ejemplo, una mujer de mediana edad fumadora, con estrés crónico
y síndrome metabólico) y brindar intervenciones preventivas tempranas reconociendo su
vulnerabilidad. Sobre la presentación clínica, un hallazgo importante es que el síntoma cardinal
—el dolor precordial isquémico— sí es predominante en mujeres, particularmente en las más
jóvenes, lo cual contrasta con la idea difundida de que “el infarto en la mujer no duele en el
pecho”. Sin embargo, la interpretación de los síntomas en mujeres requiere mayor atención, ya
que suelen coexistir manifestaciones inespecíficas. Esto tiene implicaciones prácticas: los
profesionales de primera línea (médicos de atención primaria, de urgencias) deben estar
entrenados para reconocer que una mujer con disnea, fatiga y ansiedad de inicio reciente podría
estar manifestando un equivalente anginoso, especialmente si tiene factores de riesgo, y no
atribuirlo automáticamente a causas psicógenas o benignas. La subestimación de síntomas en
mujeres jóvenes ha conducido a diagnósticos perdidos o tardíos de IAM en emergencias; estudios
cualitativos han revelado que muchas pacientes refirieron sentir que sus preocupaciones no fueron
tomadas en serio al inicio, retrasando pruebas diagnósticas vitales (4). Por tanto, una
recomendación emergente es aplicar protocolos estandarizados de evaluación del dolor torácico
sin sesgo de género: el mismo algoritmo de electrocardiograma y troponinas tempranas en
hombres y mujeres con sospecha de SCA, independientemente de que la presentación clínica sea
atípica. Asimismo, los síndromes de angina microvascular y MINOCA en mujeres plantean un
cambio de paradigma en cardiología. Tradicionalmente, un angiograma sin lesiones explicativas
tras una angina llevaba a diagnósticos inespecíficos (“dolor no cardíaco” o el llamado “síndrome
X”). Ahora se sabe que muchas de esas mujeres sí tienen bases fisiopatológicas demostrables de
isquemia (microcirculación disfuncional, vasoespasmo, etc.) y que dirigirse a esas causas puede
mejorar su calidad de vida. Por ejemplo, el ensayo clínico reciente WARRIOR (2022) exploró
terapia intensiva vs. estándar en mujeres con INOCA; si bien no encontró diferencias en eventos
mayores a 1 año, evidenció la carga sintomática que sufre este grupo y la necesidad de investigarla
más a fondo(3). En la práctica, se sugiere que las mujeres con angina y coronarias normales no
sean simplemente dadas de alta, sino que sean remitidas a evaluación funcional coronaria (de ser
posible) o al menos tratadas empíricamente para angina microvascular (betabloqueadores,

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inhibidores de ECA, manejo de factores psicogénicos) y seguidas de cerca. La creación de clínicas
especializadas en “corazón de la mujer” en algunos centros busca precisamente atender estos
síndromes particulares; por ejemplo, instituciones como Mayo Clinic y Cedars-Sinai en EE.UU.
han desarrollado unidades de salud cardiovascular de la mujer con protocolos específicos para
angina microvascular y SCAD. En cuanto a las pruebas diagnósticas, un aspecto crítico es evitar
falsos negativos en mujeres. Esta revisión recalca la utilidad de emplear troponinas ultrasensibles
con puntos de corte diferenciados por sexo para aumentar la detección de IAM en mujeres(12).
Varios centros en Europa que adoptaron puntos de corte más bajos para mujeres han reportado
incrementos en diagnósticos de IAM sin aumento de falsos positivos, permitiendo tratamiento
oportuno de esas pacientes que anteriormente pasaban inadvertidas. Sería deseable que los
laboratorios clínicos informen valores de referencia específicos por sexo, y que los clínicos
incorporen esta diferenciación en su toma de decisiones. Igualmente, los algoritmos de
estratificación de angina estable deberían contemplar el menor rendimiento de la prueba de
esfuerzo en mujeres y considerar pruebas de imagen directamente cuando sea factible, para evitar
estudios no concluyentes que retrasen el diagnóstico.
La brecha terapéutica de género ha sido documentada de forma consistente: menores tasas
de reperfusión aguda, de intervencionismo en SCASEST y de medicación basada en guías en
mujeres (5) (6). Aunque las diferencias absolutas han disminuido, su persistencia residual sugiere
que los esfuerzos por eliminar sesgos deben continuar. Una estrategia implementada en algunos
sistemas de salud es monitorear indicadores de calidad separados por sexo: por ejemplo, el
porcentaje de mujeres elegibles que recibieron angioplastia primaria en IAM, comparado con la
proporción en hombres, y retroalimentar a los equipos médicos cuando se detectan discrepancias
injustificadas. Esto crea conciencia y puede mejorar la equidad en los procesos. Adicionalmente,
existen sesgos más sutiles a abordar: por ejemplo, las mujeres son menos referidas a trasplante
cardíaco o dispositivos de asistencia en insuficiencia cardíaca avanzada, y han estado menos
incluidas en ensayos de terapias innovadoras. La comunidad cardiológica ha reconocido estos
problemas e instituciones como la American Heart Association y la Sociedad Europea de
Cardiología promueven explícitamente la inclusión femenina en la investigación y el reporte de
resultados desagregados por sexo en los estudios publicados. Desde la perspectiva de resultados
clínicos, la literatura sugiere que gran parte de la mayor mortalidad femenina en IAM es
explicable por factores corregibles: edad, comorbilidades y demoras o menor uso de terapias.
Cuando se ajustan estos factores y se brinda cuidado óptimo, las diferencias de pronóstico se
atenúan significativamente (7). Esto es alentador, pues implica que no existe una susceptibilidad
biológica insuperable que condene a la mujer a peor pronóstico; más bien, se puede intervenir en
el sistema de atención para mejorar sus desenlaces. Un aspecto aún en debate es el pronóstico de
las mujeres jóvenes con infarto: varios estudios (incluyendo los de Vaccarino y colaboradores)
han encontrado que las mujeres <50 años tienen un riesgo relativo de mortalidad post-IAM mayor

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que los hombres jóvenes, incluso tras ajustar comorbilidades, posiblemente por factores no
medidos (p. ej., mayor incidencia de disfunción microvascular o demoras en la atención en ese
subgrupo)(6). Esto señala un nicho donde se requiere más investigación y quizá intervenciones
focalizadas (por ejemplo, campañas educativas específicas para que mujeres jóvenes acudan
tempranamente ante síntomas, considerando que en ellas el profesional puede sospechar menos
un infarto). Al segmentar por rangos de edad, emergen algunas consideraciones: las mujeres
jóvenes (pre-menopáusicas) son minoría entre quienes sufren eventos coronarios, pero si los
presentan pueden enfrentar retos diagnósticos (síntomas no típicos, MINOCA, SCAD) y su
mortalidad relativa ha resultado elevada comparada con hombres jóvenes. En las mujeres de edad
intermedia (50–70 años) se concentran muchas pacientes con angina estable o SCA que acumulan
factores de riesgo significativos; en ellas la tarea es optimizar la prevención secundaria y la
rehabilitación, ya que suelen sobrevivir al primer evento pero quedan con alta carga de
enfermedad crónica. Por último, en las muy ancianas (>75–80 años), tanto mujeres como hombres
tienen pronósticos más reservados; en este grupo las decisiones de invasividad deben
individualizarse. Notablemente, la evidencia en octogenarias es escasa, porque los ensayos
clínicos de angioplastia vs. manejo médico incluyeron muy pocos ancianos de >80. Algunos
estudios observacionales sugieren que, a pesar del mayor riesgo inmediato, las mujeres muy
mayores también obtienen beneficio neto de intervenciones (reperfusión, cirugías) si sufren
infartos extensos (5). Por tanto, no se debe negar procedimientos a una mujer solo por su edad
avanzada si la anatomía es adecuada y su estado general lo permite, aunque sí se deben anticipar
y manejar cuidadosamente las posibles complicaciones (sangrados, fragilidad). En el contexto de
la equidad de género en salud, el tema de cardiopatía isquémica es paradigmático. Históricamente
existió un marcado “sesgo masculino” en la investigación cardiovascular, lo cual se tradujo en
vacíos de conocimiento acerca de la mujer. Afortunadamente, la última década ha visto un
incremento de estudios enfocados en mujeres (varios citados en esta revisión) y la publicación de
consensos internacionales (como la Comisión Lancet 2021 sobre mujer y enfermedad
cardiovascular) que brindan recomendaciones concretas (6). Entre dichas recomendaciones se
incluyen medidas como:
• Mejorar la concienciación del público y de los médicos sobre los síntomas cardiovasculares
en mujeres (rompiendo estereotipos sobre presentaciones “histeria” o ansiedad).
• Asegurar acceso igualitario a cuidados agudos de alta calidad, por ejemplo expandiendo
las redes de atención al infarto en zonas rurales donde las mujeres pueden tener menos
acceso.
• Intensificar la prevención primaria en niñas y mujeres jóvenes, inculcando hábitos
cardiosaludables desde edades tempranas.

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• Considerar el ciclo de vida femenino: utilizar hitos como el embarazo y la menopausia para
re-evaluar el riesgo cardiovascular (ej.: una mujer con preeclampsia debe ser reconocida
como de alto riesgo de cardiopatía prematura y seguida de forma preventiva en el posparto).
Se recalca también la importancia de usar los embarazos como una “prueba de estrés”
cardiovascular: complicaciones como la preeclampsia o la diabetes gestacional deben alertar al
clínico sobre la mayor susceptibilidad de esa mujer a futuro, de modo que se implementen
estrategias de prevención y seguimiento agresivas en el mediano y largo plazo. Las limitaciones
de esta revisión incluyen la variabilidad inherente entre los estudios analizados (diferentes
poblaciones y sistemas sanitarios) que puede hacer que algunas diferencias observadas no sean
uniformes en todos los entornos. Sin embargo, la consistencia de muchos hallazgos (por ejemplo,
mayor mortalidad aguda femenina, menor tasa de procedimientos invasivos) a nivel global
refuerza su validez. Además, al centrarse esta revisión en evidencia de la última década, es posible
que se hayan omitido trabajos previos relevantes; con todo, se considera que las conclusiones
fundamentales están alineadas con el conocimiento histórico sumado a los avances recientes.
Futuras investigaciones deberán profundizar en áreas aún poco entendidas: por ejemplo,
los determinantes moleculares de la aterosclerosis difusa en mujeres, terapias dirigidas para la
angina microvascular, y estrategias para mejorar la adherencia a largo plazo en las pacientes
cardiovasculares femeninas. También es crucial incluir sistemáticamente suficientes mujeres en
todos los ensayos de nuevos tratamientos (fármacos, dispositivos) para evaluar eficacia y
seguridad específicas. La medicina de precisión idealmente contemplará el sexo como una
variable de estratificación rutinaria.
Tabla 3
Síndromes coronarios particulares con mayor prevalencia en mujeres
Condición (acrónimo) Descripción y relevancia en mujeres
Angina microvascular
(ANOCA/INOCA)
Angina (u otra isquemia) con arterias coronarias angiográficamente sin lesiones
obstructivas significativas. Subyace disfunción de la microcirculación coronaria y/o
vasoespasmo. Es más frecuente en el sexo femenino (50–70% de las mujeres con
angina evaluada no presentan obstrucciones, vs ~30% en hombres)(3). Se asocia a
calidad de vida reducida por angina refractaria y mayor riesgo de desarrollar
insuficiencia cardíaca con fracción de eyección preservada. Manejo enfocado en
control de síntomas (betabloqueadores, nitratos, etc.) y factores de riesgo;
investigaciones recientes (p. ej., ensayo WARRIOR) buscan definir estrategias
óptimas.
Infarto de miocardio sin
obstrucciones coronarias
(MINOCA)
Síndrome de infarto agudo del miocardio (elevación de troponinas con signos de
isquemia) en ausencia de estenosis coronarias significativas en la angiografía.
Representa 5–10% de todos los IAM; más común en mujeres (hasta 25% de los
infartos en mujeres <60 años son MINOCA, vs ~10% en hombres)(9). Etiologías
heterogéneas: ruptura de placa no obstructiva, vasoespasmo intenso, embolias
coronarias, SCAD (disección espontánea), miocarditis, etc. El pronóstico es variable
según la causa subyacente; requiere descartar diagnósticos diferenciales y manejar

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factores desencadenantes. Las guías recomiendan evaluar con imágenes avanzadas
(resonancia cardíaca, etc.) e individualizar tratamiento (antiagregación,
vasodilatadores, beta-bloqueo) según la etiología sospechada.
Disección espontánea de
arterias coronarias
(SCAD)
Desgarro espontáneo de la pared arterial coronaria que forma un hematoma intramural,
estrechando la luz y provocando isquemia. Afecta predominantemente a mujeres
(~90% de los casos)(10), típicamente de edad media (45–55 años) o periparto. Se
estima que la SCAD causa ~25–30% de los IAM en mujeres <50–60 años(10). Suele
ocurrir en pacientes sin factores de riesgo clásicos, presentándose como angina o IAM.
El tratamiento difiere del infarto típico: se prefiere manejo conservador
(farmacológico) si hay flujo coronario TIMI 2–3, evitando intervenciones invasivas
que podrían agravar la disección. El pronóstico a mediano plazo es bueno en muchos
casos (reabsorción del hematoma), pero existe riesgo de recurrencia. Reconocer la
SCAD es crucial para no administrar fibrinolíticos inadvertidamente (aumentarían el
sangrado intramural) y para aconsejar sobre factores precipitantes (evitar ejercicios
extenuantes extremos, etc.).
Fuentes: Elaboración propia a partir de datos de referencias(3)(9)(10).
CONCLUSIONES
La cardiopatía isquémica en mujeres presenta particularidades distintivas en comparación
con los hombres, que abarcan desde la epidemiología hasta la respuesta al tratamiento. Las
mujeres suelen debutar a mayor edad con enfermedad coronaria (a menudo tras la menopausia) y
acumulan un mayor peso de comorbilidades como hipertensión y diabetes, factores que las
predisponen a cuadros más graves al momento de un evento agudo. Clínicamente, si bien el dolor
torácico es un síntoma cardinal en ambos sexos, las mujeres experimentan con mayor frecuencia
síntomas atípicos adicionales y entidades particulares como la angina microvascular y el infarto
sin obstrucciones coronarias, lo que plantea retos diagnósticos importantes. Históricamente se han
observado brechas en la atención: las pacientes han recibido menos intervenciones invasivas y
terapias oportunas, contribuyendo a una mortalidad más elevada en la fase aguda. No obstante,
con la concientización y la implementación de protocolos modernos, estas diferencias en el
manejo se han ido reduciendo, mejorando gradualmente el pronóstico femenino.
Para la práctica clínica, es imperativo adoptar un enfoque proactivo y libre de sesgos de
género. Esto implica:
• Reconocimiento temprano de la cardiopatía isquémica en mujeres, incluso ante
presentaciones no clásicas, aplicando las pruebas diagnósticas apropiadas (incluyendo el
uso de biomarcadores sensibles y métodos de imagen cuando se requiera).
• Asegurar tratamientos equitativos basados en la evidencia, con la misma prontitud e
intensidad que en los hombres –por ejemplo, activación del “código infarto” y angioplastia
primaria sin demoras injustificadas, estratificación invasiva en SCASEST de alto riesgo, y
prescripción de combinaciones óptimas de fármacos al egreso hospitalario.

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• Considerar factores diferenciales en el manejo, como ajustar las dosis farmacológicas según
peso o función renal para evitar efectos adversos en mujeres, vigilar de cerca las
complicaciones hemorrágicas, e incentivar la adherencia a largo plazo (educación al alta,
derivación a rehabilitación cardíaca adaptada a sus necesidades).
Los sistemas de salud deben continuar eliminando barreras de acceso y educando tanto al
público femenino sobre los signos de alarma cardiovasculares, como a los profesionales para
desterrar estereotipos (por ejemplo, asumir que una “mujer joven = ansiedad, no infarto”).
Asimismo, se debe fomentar la investigación inclusiva y el reporte desagregado de resultados por
sexo para seguir identificando necesidades específicas de las pacientes.
En conclusión, la equidad de género en salud cardiovascular no significa tratar a todos de
forma idéntica, sino reconocer diferencias y abordarlas de manera que mujeres y hombres
obtengan iguales beneficios clínicos. En cardiopatía isquémica, esto se traduce en brindar a la
mujer un nivel de sospecha diagnóstica adecuado, las mismas intervenciones salvavidas y un
seguimiento integral que contemple sus particularidades. Solo así continuará reduciéndose la
brecha de morbilidad y mortalidad que históricamente ha afectado desproporcionadamente a las
mujeres con enfermedad coronaria.

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